sábado, 19 de diciembre de 2009

Despacio... dé espacio

Life is a journey, not a destination
Cursiva La vida es un viaje, no un destino
Amazing-Aerosmith


Más o menos desde que me considero una adulta, diga usted desde los 18 o 19 para acá, las navidades son para mí una época menos romántica, pero en cierto modo más enamoradora. Ya no existe ese pensamiento de todo es paz y amor, tampoco la ilusión con los regalos, ni la espera del 24 para destaparlos con el misterio que eso conllevaba.

Por el contrario, es una época en la que se me antoja oler, saborear, sentir, ver... es como si los sentidos se agudizaran y me hace feliz el solo hecho de salir a la calle y sentir a qué huele el aire. Y más aún, me enamora ver cómo los niños juegan hasta altas horas de la noche y aprenden a leer en las novenas de aguinaldos, con palabras que seguro ni usted, respetado lector, ni yo, sabemos qué significan.

Me fascina verlos, porque a pesar de las enormes equivocaciones que cometen con los términos extraños de la novena, nadie los regaña, nadie los juzga y aunque la consabida reunión se prolongue a causa de los errores y tartamudeos de los niños, nadie está presto a criticarlos y lo máximo que se ve son miradas cómplices de ternura por la inocencia que se percibe en sus palabras.

Pero el resto del año no es así. Las mamás están pendientes de que sus hijos sean los mejores en algo: leyendo, en deportes o de forma inconsciente en ser los más necios. Y en eso se va la vida, en poner metas y alcanzarlas. Eso nos enseña el mundo, tenemos que ser los más rápidos, los más ágiles, sobresalir en algo, así sea en algo malo, debemos tener objetivos y ser alguien en la vida.

Nos enseña a seguir un camino lógico y terminar trabajando de lunes a viernes, de 8 a 6, mecánicamente todos los días y sumando esfuerzos para llegar a otro objetivo y viviendo 365 días al año de los cuales pocos recordamos porque en pocos de ellos algo nos marcó.

Por eso la navidad me gusta, es como si el reloj de repente estuviera en cámara lenta y un error no mereciera un castigo, y un desacierto causara gracia y nada fuera suficiente para amargar el momento.

Pero ¿qué habría de malo en que todos los días fueran iguales? ¿Para qué correr? ¿Para qué llegar primero? La vida es un viaje, no un destino, y si además de perseguir objetivos disfrutáramos las pequeñas cosas que pasan y nos riéramos de los errores; si viviéramos como niños que aprenden a leer y cuyas inocentes equivocaciones causan gracia, tal vez nos marcarían más días del año y nuestros logros tendrían más sentido.

Llega un momento, siempre llega un día en el que se acaban las metas y uno se pregunta ¿qué sigue? no espere ese momento para vivir cada día.

Dese espacio, vaya despacio...

domingo, 11 de octubre de 2009

En la ley de la jungla

Cualquier noche a bordo de un taxi en alguna calle de Medellín, el conductor comenzó a contarme una de esas historias que a ellos se les van escapando en medio de la conversación que le montan a los pasajeros para hacer más amenas las jornadas de trabajo. "Figúrese muchacha que una vez iba yo muy rápido por la autopista y no sé de dónde me salió una persona y la atropellé. Yo paré por un segundo, pero luego me pudo el miedo y no supe sino acelerar" ante mi actitud de sorpresa, siguió contando... "pero estuve tan de malas, que alguien vio las placas del taxi, entonces recibí una citación de la Fiscalía y de una vez me fueron metiendo preso".

En la voz del señor se notaba que era conciente de la gravedad de las cosas que, sin yo hacerle ninguna pregunta, me estaba contando. Dentro de mí se enfrentaban el desconcierto y el montón de preguntas que le quería hacer, pero él solito continuaba... "Lo peor, es que este taxi no es mío, pero fue precisamente el dueño del carro el que me sacó, él tiene amistades "de las que usted sabe" y no me dejó pasar ni una sola noche en la cárcel y acá estoy, manejando el mismo carro".

Verá, señor lector, el aspecto de aquel hombre era tan humilde y hablaba con tal franqueza, que yo no sabía si morirme de indignación por la persona que había sido atropellada mientras el agresor continuaba libre, o pensar que a pesar de todo, este señor había cometido un error y había salido muerto del susto, sin mala intención.

Pero este cuento no viene al caso gratuitamente, el recuerdo de este capítulo volvió a mí esta noche al ver el escándalo porque la actriz Carolina Sabino atropelló hace 11 años a un señor, dejándolo inválido y huyendo todo este tiempo de una indemnización por $345 millones que un juzgado de Bogotá le determinó como pena.

Por un lado, tengo que decir que es justo que ella pague y que es muy descarada la posición de esta señorita al evadir la justicia, y más aún, la adecuada reparación que merecen tanto la víctima como su familia. Mi pregunta es ¿por ser ella actriz de repente se hace más grave que manejara en estado de embriaguez? ¿no ha tenido usted un familiar cercano o un amigo que conduzca en las mismas condiciones? ¿lo convierte esto en una mala persona? ¿tendría su familiar o amigo $345 millones de pesos para pagar a una persona que atropelle? y más aún ¿un juzgado le cobraría esta suma a una persona del común? Seguramente no, y más allá de eso, ni todo el dinero del mundo le paga a una persona la pérdida de la capacidad de caminar.

Entonces ¿cuál es la real diferencia entre el señor del taxi y Carolina Sabino si ambos cometieron una imprudencia al conducir? sencillo, que ella es famosa y que la familia de este señor pensó que era una buena oportunidad aprovechar que no lo había atropellado cualquiera, porque en este país no solo los ricos son vivos, acá todo el que puede evadir o aprovecharse de la justicia, rico o pobre, lo hace y lo hace sin lástima.

Para mí, el tema no se trata de dinero, tampoco se trata de cárcel. Se trata de humanidad, de valoración del "otro", de pensar que yo puedo enfrentarme a la ley pero quedé vivo y con pies y manos. Qué lástima que en este país todo se reduzca a plata y a violencia.

Desde mi punto de vista el pecado de Carolina Sabino y del taxista es el mismo: no preocuparse de la vida que coartaron, sino de su propio pellejo. Un error lo comete cualquiera, pero el egoísmo es premeditado y además descarado.

Y seguramente usted también conoce un caso similar, a la larga si uno mira alrededor mucha gente es así, cosas de esas "pasan todos los días" y nadie hace nada, porque al fin y al cabo estamos en "la ley de la jungla".

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Información y decisiones

Esta mañana un querido amigo me comentaba que le acaban de diagnosticar una enfermedad que provoca que su corazón palpite más despacio. Pensé, ahora tendrá que cuidarse más, hacer ejercicio y dejar algunas comidas. Sin embargo, en ningún momento por el hecho de haberse enfermado se me ocurrió desvirtuar sus cualidades como profesional, como persona y como amigo. Sería ridículo.

Además, si las personas dejáramos de quererlo a causa de su enfermedad, él se tendría que ver en la penosa obligación de ocultarla y tal vez de posponer su tratamiento para que nadie sospechase qué le ocurre.

Usted podrá preguntarse entonces, cuál es la necesidad de plantear semejante posibilidad. Pues bien, esa actitud de esconder la enfermedad por temor al rechazo, con todo lo ridícula que parece, es la que muchos medellinenses aplican con su ciudad.

Sí señores, al igual que mi amigo Medellín está enferma, enferma de contaminación, de pobreza y de violencia, y tristemente el estado de la enfermedad es bastante avanzado. Sin embargo, al igual que él, esta ciudad no ha perdido sus cualidades: sigue siendo linda, cálida y agradable tanto para propios como para extraños.

La pregunta que aquí cabe entonces es: si somos concientes de eso ¿qué necesidad tenemos de ocultar esa enfermedad?

Muchos medellinenses asumen una actitud un tanto peligrosa, al estimar que es mejor ocultar las enfermedades para que la gente no rechace esta ciudad, ni a sus gobernantes. Lo grave, es que la información que se oculta sobre su estado de salud es necesaria para que las personas puedan asumir actitudes y tomar decisiones en coherencia con ellas.

Si las personas ignoran que hay violencia, contaminación y pobreza, no pueden movilizarse, no pueden actuar ni decidir de forma coherente por la ciudad que quieren. Es como si mi amigo no tratase su enfermedad por no reconocer que está enfermo.

Desafortunadamente, los entes que tienen la tarea fundamental de brindar esa información están empeñados en que la enfermedad nos desvirtúa y por eso la esconden. Los medios y la Alcaldía no lo muestran todo, y las personas que más fuertemente padecen los síntomas, sencillamente no tienen voz, ni siquiera en estos medios digitales que son más libres, pero inasequibles para muchos.

Como decía esta mañana @elreticente en su blog, en Medellín hay muertos todos los días y es una realidad que no podemos tapar con un dedo, pero que si reconocemos probablemente podamos reflexionar e incluso comenzar a proponer soluciones coherentes.

La verdad se necesita, para construir colectivamente, para tomar decisiones correctas, para poder empezar a actuar. Hay muchas personas que no queremos hablar mal de Medellín, sino que reconocemos que está enferma y necesita que todos le ayudemos. Señores, como dice una popular y manoseada frase: el primer paso es admitir que se tiene un problema.

domingo, 16 de agosto de 2009

Llovizna

...a dónde irás para escaparte de tí misma, qué blanca arena sanará tu corazón...

La música de Fernando Delgadillo la conocí solo pocos meses atrás, y debo confesar que me fui para su concierto conociendo solo unas pocas canciones de las muchísimas que él ha compuesto e interpretado en su historia. No importaba. Quería que cantara tres de ellas, con ello quedaría satisfecha, pero a poco de comenzar el concierto descubrí que dos de esas canciones no eran precisamente las más conocidas.

Yo estaba ubicada en la quinta fila del teatro Astor Plaza, a unos 10 o 15 metros del cantante mexicano, lo veía muy de cerca y me emocionaba a cada descripción que hacía de sus canciones, justo antes de interpretarlas. Las personas gritaban desde cualquier parte del teatro, nombres de algunas de sus composiciones para que él las cantara, fue entonces cuando dijo:

"Esta presentación está compuesta por dos partes. La primera y la segunda. La primera va antes que la segunda, la segunda no. La primera es una presentación de ciertos temas que preparé para esta noche y en la segunda vienen las complacencias para los asistentes".

Nunca en la vida había estado en un concierto en el que un artista mezclara el respeto por el público con la improvisación de una manera tan sutil, en un espectáculo impecable. Él no traía una lista de canciones organizadas para presentar, por el contrario, llevaba un enorme folder con todas sus letras y navegaba libremente entre las primeras y las últimas páginas en busca de una historia que contar, y cantar.

En el momento en que comenzó la consabida segunda parte del concierto, el público frenético comenzó a gritar el nombre de sus canciones preferidas y las más conocidas, a tal punto que no se lograba distinguir lo que trataban de decir. Nunca supe si él realmente alcanzaba a entender algo, pero de tanto en tanto nos decía que iba a tratar de cantar todas las que pedíamos y que dejáramos escuchar a quienes pedían, y en efecto, al terminar cada canción se escuchaba alguien que gritaba desde algún punto del teatro "¡gracias!"

Junto a él ardía una vela que se encendió justo en el momento en que empezó a cantar, a mi lado decían que él tocaría hasta que la llama se extinguiera, y en efecto, en cierto punto cuando ya quedaba una luz muy débil él anunció que tocaría las últimas tres canciones. En ese momento me resigné a creer que ya no tocaría la canción cuyo nombre yo sola gritaba tímida en medio de la gritería, sin que resonara llamativamente entre la multitud.

Tras decir estas palabras, movió unas páginas de su folder en busca de alguna letra y empezó a rasgar la guitarra. Tras unos breves acordes intempestivamente se detuvo, y yo, aprovechando el silencio de los presentes alcancé a gritar "¡Llovizna!". Como reacción a mi grito, a mis espaldas escuché algunos "sssshhhh" que me instaban a callarme, pero la respuesta de Fernando fue otra: tras mirar brevemente hacia el público, comenzó a tocar en su guitarra una tonada muy diferente a la que había iniciado segundos atrás y a interpretar unas frases cortas que vienen antes de una canción que conozco muy bien: Llovizna.



Unos segundos antes de que la canción terminara, me sorprendí a mí misma gritando desde mi puesto en la quinta fila "¡gracias!"

...esta canción que solo quiere ser llovizna, que se derrame venturosa, refrescando tu dolor...

miércoles, 12 de agosto de 2009

¿Por qué no soy feminista?

Hace más de 40 años, en un pueblo de Boyacá Julia entró a la escuela de educación básica primaria y fue excelente estudiante. Cuando terminó quiso seguir con el bachillerato y su padre dijo "¡No! las mujeres no estudian!", pero su madre dijo "¡Sí! si ella quiere estudiar pues estudia" y ella misma se consiguió el dinero año tras año para patrocinar su educación.

Seis años después, cuando Julia terminó el bachillerato quiso entrar a la universidad, y la escena se repitió tal cual, con la diferencia de que esta vez ella terminó en la Universidad Nacional, en donde estudió su carrera profesional. Después de Julia, la escena fue repetida por su hermana Gloria, quien también logró su título, siempre con el apoyo de su mamá.

Doña Fabiola, madre de las dos jóvenes, nunca supo de equidad de género, ni de feminismo, tampoco decía "hijos e hijas, vengan a almorzar", ni pensaba que era violencia de género que su esposo patrocinara solo el estudio de los hijos varones. Pero sabía que en donde una persona tiene derecho a algo, todas las demás también deberían tenerlo, sean hombres o mujeres. Por eso se esforzó para hacer cumplir lo que le parecía justo y hoy en día tiene dos hijas muy exitosas.

Esta historia es real, aunque los nombres sean ficticios (para "proteger" a las fuentes) y muestra de forma bien clara, que el tema de la equidad de género no es otra cosa que un asunto de equidad humana.

Tanto las mujeres como los hombres, podemos ser vulnerables en diferentes condiciones, que dependen más de la pobreza e ignorancia, que de la inequidad. Y si vamos a ser justos ¿por qué las mujeres no debemos prestar servicio militar obligatorio? ¿por qué quienes deben morir en la selva es a los hombres? ¿no se supone que somos "iguales"?

El feminismo persigue una igualdad interesada, que pretende victimizar a la mujer, rebajarla a un puesto en el que no puede defenderse por sí misma, en donde necesita subsidios y regalos de la sociedad para salir adelante. Recuerdo una vez que se me acercó una candidata al Concejo de Medellín y me dijo, palabras textuales: "vote por mí para que haya una mujer en el Concejo" ¿y su trayectoria política? ¿y su preparación académica? ¿solo tengo que votar por usted porque es mujer? disculpe ¿con sus propios méritos no me puede convencer sin meterme ese cuento de que vote por usted porque es mujer?

Esa mediocridad me parece descarada, y me parece que lo justo es que tengamos puestos directivos, cargos políticos y títulos porque somos capaces, no porque somos mujeres y tenemos derecho al puesto. Reconozco que hay discriminación, como en la historia de Julia y Gloria, pero la respuesta como en el caso de ellas no es exigir por que se es mujer, sino exigir porque se es un ser humano.

Si a las niñas las educan para servirle el desayuno a los hermanos ¿de qué sirve el lenguaje incluyente? Si se sienten orgullosas de lavarle los calzoncillos al papá (suena ridículo pero las he escuchado) ¿de qué sirve que conozcan el concepto de violencia de género?

Nuestra sociedad necesita verdaderos conceptos de igualdad y verdaderos conceptos de individualidad, en los cuales hombres y mujeres puedan ser útiles al mundo a su manera, como amas de casa, como padres o madres, obreros o profesionales; en los cuales la sensibilidad y la fortaleza nos sean permitidas a todos por igual, en la cual no haya machismo, ni feminismo, sino un profundo "humanismo".

martes, 11 de agosto de 2009

No me considero una víctima

Hace una semanas, cierto personaje de una agremiación importante de Medellín, me pidió que le colaborara con un sitio web para unos amigos de él, decía que la paga no era la que correspondía pero que ellos lo necesitaban mucho y no tenían muchos recursos. Así que después de mucho insistir le dije que sí.

Posteriormente, por esas casualidades de la vida ví un papel en el que constaba que el valor que había recibido el personaje que me contrató por el total del trabajo, era más del triple de lo que me había pagado a mí, y que la susodicha empresa de sus amigos, tenía recursos suficientes para pagar el trabajo a un precio justo y este señor, sin hacer el más mínimo esfuerzo se había quedado con la mayor parte del dinero.

Indignada, escribí a la agremiación de la cual hace parte dicho señor, defendiendo mis derechos profesionales y poniendo en evidencia al estafador personaje.

De la variopinta selección de respuestas que recibí, hubo una de apoyo que me dejó con la boca abierta. En ella, decía que lo que yo había recibido era un "trato laboral con violencia de género" y sufría el "sometimiento patriarcal" de un colega hombre.

Tengo que decir de manera pública y abierta que me opongo a esta muestra de solidaridad por una razón bastante concreta: no me considero una víctima de la violencia de género. De hecho la persona que me contrató le propuso exactamente el mismo trato a un hombre, quien rotundamente se negó. Por eso soy firme en esto: mi error no es haber nacido mujer, sino haber permitido el abuso.

Traigo esto a colación, porque conciente de que la persona que me escribió este mensaje de solidaridad hace parte de una asociación de mujeres, sé que pronto mi caso hará parte del listado de acciones que lesionan los derechos de la mujer y considero que no es el caso.

No se puede negar que las mujeres hemos recibido abusos históricamente, pero tampoco podemos ponernos en la posición de víctimas de "violencia de género" por cada cosa que nos pasa en la vida. Tanto hombres como mujeres estamos en posiciones vulnerables en diferentes casos.

Yo considero que hay violencia de género en contra del hombre cuando me llega una convocatoria para comunicador organizacional y dice "hombres, absténganse de presentarse"; considero violencia de género cuando un niño llora y el papá le dice "pórtese como un varón"; considero violencia de género que un muchacho de colegio de 16 años tenga que estar rebuscándose aunque sea 10 mil pesos (5 dólares) para poder invitar a una niña que le gusta a salir, mientras ella está campante.

Por eso me molesta que siempre que le pasa algo a una mujer pongamos de precedente la "violencia de género". Lo que me pasó a mí le pudo pasar a cualquiera, por necesidad, por inexperiencia, solidaridad o hasta nobleza, no necesariamente por ser mujer. Por esta razón quiero dejar claro que en este caso no me considero una víctima de la violencia de género, y me niego rotundamente a que casos ambiguos como este, se sumen a las estadísticas.

domingo, 9 de agosto de 2009

Poniendo zapatos

Recuerdo la pereza que me daba, cuando era niña, el hacer las tareas de matemáticas. Los conjuntos, los fraccionarios y especialmente las divisiones me enloquecían. Me sentaba frente al cuaderno y terminaba por divagar en cualquier otra cosa y dejando la tarea por la mitad.

Al final de la tarde, mi abuelita siempre me preguntaba "mija ¿ya terminó las tareas?" y cuando yo le decía que las había dejado "a medias" ella me cogía comprensivamente, me llevaba hasta la mesa del comedor y me decía "venga mija le ponemos los zapatos".

Recuerdo que cuando me gradué del bachillerato, ví a mi abuelita entre los asistentes aplaudiendo con una alegría enorme y se me escaparon unas lágrimas recordando sus palabras y lo mucho que me ayudó a aprender, la disciplina que me hizo adquirir y el amor que logró que tomara por el aprendizaje.

Ya de eso han pasado varios años, y hoy, algunas complicaciones me hacen retomar las palabras de mi sabia abuelita. Algunos lo llaman disciplina o aplicar eso de "al mal paso darle prisa", otros más trascendentales lo denominan "cerrar ciclos"; ella, simplemente dice que debemos "poner zapatos".

Esta frase basta para mí, para recordar siempre terminar las cosas que empezamos, terminarlas bien aunque sea difícil, aunque duela o a veces tengamos que ponernos un poquito colorados o derramar un par de lágrimas.

"Poner zapatos" en el trabajo, en el estudio y en las relaciones personales, es la garantía de despertarnos tranquilos al día siguiente, al siguiente y al siguiente, de poder mirar a la gente a la cara y de andar por la vida con la frente en alto aunque no tengamos nada en el bolsillo. Pensar yo lo pequeña que estaba y mi abuelita todo lo que me estaba enseñando.

Lala

martes, 4 de agosto de 2009

Fuera de lugar

Amo el campo. Hace meses sueño con irme a vivir a un municipio cercano en donde el aire sea más limpio, haya menos ruido y pueda desplazarme en bicicleta sin afanes, embotellamientos, ni accidentes de tránsito.

Sin embargo, ni en mi fantasía más loca he soñado que el campo se venga para la ciudad, creo que mis dos dedos de frente me dicen que eso sería un caos, porque el campo debe estar en el campo, y la ciudad debe estar en la ciudad. Lo que me preocupa es que parece que la administración de Medellín no sabe eso: vamos a darles un poco de clase al respecto:

Nivel uno. Los pueblos tienen espacio
Sí, aunque Medellín sea muchísimo más grande que muchos de sus municipios aledaños, cualquiera de ellos tiene más espacio. Espacio para tomar una calle alterna si se bloquea una, espacio para respirar aire limpio, espacio para huir de un borracho o borracha que quiera manosear a una niña, espacio para salir corriendo si ponen a las dos cuadras un estruendoso tablado de una música que a uno no le gusta.

Nivel dos. En los pueblos todos son vecinos
En los municipios, cuando son pequeños, toda la gente se conoce. Así que no es problema si algunas personas, incluído el médico del pueblo, deciden tomarse un día de descanso para ir a tomarse unos aguardientes y levantarse tarde y enguayabado todo el día. Si en Medellín un médico, un administrador o hasta el mismo alcalde se ponen la ciudad de ruana, pueden pasar verdaderas tragedias (como las que realmente pasan).

Nivel tres. Mucho ojo: En los pueblos viven los Caballos
En los pueblos los caballos andan por las vías que se llaman "de herradura" por alguna razón no casual. En los pueblos hay árboles, por eso ni los animales, ni las personas se tienen que quemar por el abrasador sol. Por eso las cabalgatas se las inventaron en los pueblos y para los pueblos, no para las ciudades, en donde entre el asfalto y el sol acaban con los caballos y los animales que los cabalgan.

Considero, que si la administración de esta ciudad tomara este breve y productivo curso, vería que la Feria de las Flores es una tradición ¡claro! pero de cuando esta ciudad era un pueblo, o al menos del tamaño de uno, porque las costumbres son iguales.

Ser "pueblerino" como mal se usa en este país, no debería ser un insulto. El verdadero error de esta gente es estar fuera de lugar, buscando un pueblo en donde intentan que haya una ciudad. Interrumpiendo la esforzada rutina de las personas que sí están en donde deben estar y sometiendo a unos animales sacados a la fuerza de su verdadero lugar, a donde muchos ni siquiera vuelven.

Lo más patético es seguir apegados a logísticas anacrónicas y desatinadas, solo por revivir tradiciones, como cerrar una vía arteria para facilitar el paso de animales en medio de su propia tortura, cuando estas costumbres podrían rememorarse de otro modo. Es particular que la misma ciudad que destruye su patrimonio arquitectónico "en pos del desarrollo", insista en celebrar sus tradiciones de la manera más impertinente aún contra su ritmo normal de crecimiento ¡Qué maravilla de cultura esta!

La administración de Medellín debería definirse, a ver si se queda siendo pueblo (con todas las de la ley) o si por fin decide convertirse en ciudad.

viernes, 29 de mayo de 2009

En función de la muerte

Clara era economista, una mujer de unos cuarenta y tantos años que participaba en proyectos en pro del desarrollo y el hábitat de Medellín. La había conocido hace unos meses cuando trabajábamos en un proyecto de desarrollo y esta tarde me llamaron a avisarme que hace dos días se la llevó un cáncer fulminante. Según me cuentan, lo padeció silenciosamente y ninguna de las personas que trabajaban con ella supuso siquiera que ella estuviera pasando por semejante situación.

Desafortunadamente, esta es una historia que no sorprende ya. Son muchos los casos que se escuchan con frecuencia acerca de personas que cualquier día se enteran de que un cáncer los matará en uno o dos meses. También es común la historia de esas personas que se la pasaron trabajando toda la vida y murieron a poco de pasar las vacaciones para las que habían ahorrado toda su vida.

Estas historias, que parecen sacadas de una canción de Alanis Morissette, son frecuentes y siempre dejan en el ambiente un virus de crisis existencialistas que nos plantean grandes dudas sobre la vida, la muerte y la forma en que invertimos los días en este mundo. Luego, al pasar 2 o 3 semanas la crisis se va y vuelve la adicción al trabajo, el mal genio, el maltrato por el mundo que nos rodea.

Hace poco una querida amiga me decía que uno siempre tenía que pensar en función de la muerte antes de tomar decisiones ¿qué pasaría si hago esto o aquello y me muero mañana? ¿o se muere alguien importante en mi vida? Esta perspectiva, a veces nos hace tomar las decisiones equivocadas, a veces las correctas, siempre pensando que lo que uno haga, ya no va a tener reversa.

.:::.

Estos últimos días de altibajos y "trabajolismo" acentuado, no he podido evitar pensar en esa hipótesis, y preciso hoy me entero de la muerte de Clara.

Pues bien, las cosas son así. Empieza la acostumbrada crisis existencial, pero contradictoriamente esta ocasión no quiero pensar en función de la muerte, sino en función de la vida.

Se me ocurre que mejor que pensar que "de algo me tengo que morir", es bueno pensar en alguna buena razón para vivir. Que mejor que pensar que los actos son potenciales "errores irremediables", es necesario comprender que en la vida las cosas pasan, teniendo en cuenta que "en camino largo hay desquite".

Y pensar, que cada segundo que viene es vital, no porque nos vayamos a morir, sino porque seguiremos viviendo y de nosotros depende que esos minutos, horas, días y ¿quién sabe? hasta años tengan sentido en el momento que sucedan.

Hace poco un amigo me mostró un listado de cosas que quiere hacer para mejorar su vida y días después me animé a hacer lo mismo. Ahora pienso que todo eso tiene sentido en la medida en que cada mañana nos levantemos con un un nuevo ítem en la lista: sueño, capricho, meta, deseo, apasionamiento, llámese como se llame, pero un sentimiento que nos recuerde que estamos vivos aunque tengamos que trabajar 16 horas diarias.

Sólo eso, el pensar en función de la vida, supera la crisis existencial de las dos semanas.

Lala

lunes, 11 de mayo de 2009

Determinismo anacrónico

Me preocupa mucho el determinismo tecnológico que frecuentemente atropella a nuestra sociedad, teniendo en cuenta que la mayoría de las instituciones que en Colombia propenden por el aprovechamiento de la tecnología, lo hacen de una forma muy tecnicista y poco profunda. Sin embargo, en esta ocasión a riesgo de sonar contradictoria, voy a defender a la técnica como una parte fundamental para realizar cualquier proyecto con contenidos, por profundo que este sea.

En el caso de los comunicadores sociales, el debate ha sido amplio entre quienes afirman que un comunicador no tiene por qué dominar herramientas de diseño web, ni tecnologías de cualquier clase; contra quienes, por el contrario, consideran que este tipo de profesionales deben ser una suerte de "toderos", capaces de enfrentar cualquier reto técnico que se les presente.

Coincidiendo con los primeros, estoy de acuerdo en que debemos ser más concientes del mensaje que del medio, pero al mismo tiempo, no podemos emitir un mensaje si no comprendemos a cabalidad el medio.

No me preocupa que un comunicador no sepa diseñar un sitio web, pero me parece francamente ridículo y hasta insensato que no pueda entender qué es un boletín en HTML o la diferencia entre una imagen vectorial y una en mapa de bits. Más todavía, que no sean capaces de convertir un archivo de cualquier formato a PDF.

Estos asuntos son básicos, para comprender cómo funcionan las cosas que hacemos. En este sentido, lo que más me inquieta es que la profesión está francamente vencida por una ausencia de curiosidad y de necesidad de innovación, al punto que no les importa comprender por qué en unos proveedores de correo cargan las imágenes que se envían en el boletín que enviaron y en otros no.

Nos parece incompetente el cirujano no sepa manejar un bisturí, o que un ingeniero electrónico que no sepa destapar un computador, pero se la perdonamos a los comunicadores. Por eso me parece descarado que éstos se escuden en que "ellos elaboran los contenidos y los mensajes", para evitar aprender herramientas que frecuentemente plantean retos enormes que la pereza mental y su determinismo anacrónico, no les permite entender.

Lala

jueves, 7 de mayo de 2009

De corazonadas y esperanzas

Entre más pasa el tiempo, menos creo en la institucionalidad y más en las personas. Siento que las instituciones son nombres, logos, mercadeo... pero el espíritu real es el de las personas.

Por eso, hace unos pocos meses empecé a tener una inquietud cada vez mayor por el tema de la sociedad civil ¿qué podemos hacer los ciudadanos por nosotros mismos? Aflora nuevamente mi espíritu de Mafalda, que sigue soñando con cambiar el mundo, antes de que el mundo pueda cambiarme a mí, y me digo que las instituciones tienen la obligación de la resignación, pero las personas no.

Las personas tenemos derecho a pensar con cabeza caliente, a dejarnos llevar por los impulsos y el corazón. Tenemos derecho a soñar con lo imposible y a hacerlo despiertos si se nos da la gana. Las instituciones deben verse sólidas y serias, y deben plantear objetivos "medibles, alcanzables, específicos y realistas" como yo misma recomiendo en mis clases, pero los seres humanos tenemos el derecho (y la obligación) de soñar con imposibles.

Hoy, a la puerta de este post dejo el vestido Universidad de Antioquia, el traje Católica del Norte y la pinta Universidad Pontificia Bolivariana. Hoy soy Laura Caro Salcedo, la joven, la académica, la viva, la soñadora y hablo por mí, solo por mí.

Hace una semana tuvimos un sueño colectivo, una manifestación en la que el mundo entero pudiera contar con sus ojos y sus manos, sin límites de fronteras ni idiomas, que quiere un planeta mejor, más limpio y sobre todo más respetado. Una preocupación que tuve desde que era niña, desde que tengo memoria, viviendo en una de las ciudades más contaminadas de América Latina: mi adorada y sufrida Bogotá.



Ahora soy una Mafalda tan soñadora como siempre, pero con herramientas y sin temor por la sopa, una Mafalda que mira el globo terráqueo con otros ojos y desde otro punto de vista y se dice "sí se puede".

Por eso, creo fervientemente en las capacidades, las posibilidades y el futuro de esta sociedad civil de mi vida, que no es la de Medellín, ni la de Bogotá, ni la de Colombia: sino la del mundo. Por eso declino la necesidad de la institucionalidad.

Creo en mí, creo en mis vecinos de apartamento y en mis vecinos de Twitter, Facebook y lectores del blog. Por eso no necesito un sello oficial para decirle a la gente que no quiero respirar más este aire que me envenena a mí y a mi mundo.

Como ciudadanos del mundo, podemos hacer muchas cosas, esta vez por el medio ambiente, mañana quién sabe. Me lo dice mi sentido común y me lo dice una corazonada.

Lala

lunes, 4 de mayo de 2009

Happening digital: yo no quiero respirar este aire

La primera vez que supe acerca de un happening, fue en voz de Diana Uribe, cuando echaba su cuento acerca de mayo del 68. Los happening en ese entonces fueron una manifestación de la mentalidad que pretendía cambiar el mundo de manera revolucionaria, en una década que fue definitivamente trascendente para la vida en occidente.

Pues bien, esta época que nos tocó vivir tiene en común con la década de los 60's el cambio social, representado por el advenimiento de la Sociedad de la Información y de otro lado la preocupación creciente por el cambio climático, que cada vez nos pone en condiciones más desfavorables con respecto de nuestro lastimado ecosistema.

Por ello, las personas que estamos comprometidas con medellinsincontaminacion.org, queremos rescatar esa manifestación lúdica y artística que en otro momento de la historia tuvo su relevancia en la reflexión sobre nuevos modos de pensar.

Hoy queremos invitar a la gente a que se tome un ratico de su día para pensar en el aire que respiramos y en lo mal que estamos viviendo en medio de una gran nube de humo negro. Además, queremos reivindicar la Red como una forma de ser en sociedad, manifestarnos y comprometernos en un fin común.

Por eso, la invitación para todos es que se saquen una foto tapandose la nariz y la boca como gesto de repudio por el aire contaminado que nos vemos obligados a respirar, y la publiquen en sus perfiles de Twitter, Facebook, Hi5, Flickr y cualquier otro espacio en donde compartan fotografías. De la misma forma, pueden enviarla al correo medellinsincontaminacion@gmail.com, para que la publiquemos en este mosaico.

No es necesario ser de Medellín para participar, si bien esta iniciativa nace en esta ciudad, la idea es que como ciudadanos de la Red, potencialicemos las posibilidades que tenemos en ella, así que la invitación queda abierta. Acciones como esta puede que no representen cambios a corto plazo, pero son una buena forma de empezar a actuar.

viernes, 24 de abril de 2009

Mi propia desgracia logística

Hace una semanas, Melpómene me inspiró a contar mi desgracia burocrática. Hoy, Adriana Cano, una amiga periodista (desafortunadamente sin blog), es mi inspiradora para contar una nueva desgracia, pero logística en esta ocasión. Su buen artículo sobre el enredo que hay en el ingreso al Edificio Inteligente de las Empresas Públicas de Medellín por culpa de la absurda comunicación y logística, me motivó a escribir un problema similar que hay en el Aeropuerto José María Córdova, que me causó grandes incomodidades en alguna ocasión.

El lector comprenderá que esta historia amerita un gráfico, porque es tan compleja que nadie entendería, a no ser que tenga mucha paciencia.

Todo empezó...

Todo empezó un lunes a las 11:30 a.m. cuando abordé, detrás del Hotel Nutibara, un colectivo con destino al aeropuerto José María Córdova, ubicado en Rionegro, un municipio que queda a poco menos de una hora de Medellín. Tenía más de una hora para llegar a mi destino, pero ese día la suerte no estaba de mi lado y los frenos del carro empezaron a fallar a mitad de camino, motivo por el cual el conductor tuvo que reducir la marcha del carro a una velocidad mínima, lo cual me hizo llegar cerca de la 1:00 p.m. para abordar el vuelo de la 1:45.

Fui directo hacia la taquilla de Aerorepública y reclamé el pasabordo. La mujer que me atendió, me indicó: diríjase a la sala 11, en la mitad del pasillo. Confiada, después de haber viajado varias veces a Bogotá desde ese mismo aeropuerto le dije a @ABCamilo (Camilo Arango) que comiéramos algo porque era hora de almuerzo y aún contábamos con algunos minutos.

La sala 7

Posteriormente revisé mi pasabordo y noté que decía: Sala 7. Pensé que había escuchado que me habían dicho Sala 11, pero igual la evidencia estaba en mis manos, tal vez había oído mal y realmente era la 7, así que procedí a buscarla. Y en este momento empieza uno de los enredos más grandes que mi mente ha podido concebir en las más de dos décadas que llevo en este mundo mal comunicado.

Busqué en la "mitad del pasillo" donde se suponía que estaba la sala, y encontré la nomenclatura que indicaba claramente: Sala 2, así que mi cabeza acostumbrada a la lógica de un mundo ordenado, numérico y lógico, buscó la proximidad de las salas 3 o 1, que me indicarían hacia qué lado avanzar.
Pero no, avancé torpemente de un lado a otro durante varios minutos y después de muchos metros ví que no había otra entrada próxima, así que en la famosa entrada a la Sala 2, le pregunté a un vigilante en dónde era la sala 7. "¿Viaja por Aerorepública?" me preguntó observando el pasabordo en mi mano, y después de mi respuesta afirmativa, me indicó que fuera hasta el fondo del pasillo, de donde acababa de devolverme.

Y como a mí me enseñaron a seguir instrucciones, eso hice con exactitud. Pero los minutos pasaban y al final del pasillo sólo me encontré con el cartel que enunciaba la Sala 1. En algún momento llegué a pensar que tal vez había pasado sin ver el aviso de la Sala 7 ¿sería posible?


La sala 11

Como ya estaba en el final del pasillo me devolví, y al pasar por la taquilla de Aerorepública le pregunté a la persona que atendía, cuál era el lugar donde debía abordar y me respondió que era en la Sala 11 ¡Por Dios! qué falta de coordinación ¿será muy difícil imprimir el número de la sala correcta en el pasabordo?

Pero la cosa no termina aún. Después de que la empleada de Aerorepública me regañara y me indicara que corriera porque el avión ya me iba a dejar, me dijo que la susodicha sala, estaba ubicada, al final del pasillo, pero al lado contrario de donde venía.


En esta parte de la historia es importante contextualizar. Este aeropuerto es un amplio pasillo a lo largo del cual están ubicadas todas las salas de abordaje. Hagan cuentas: si hay 11 salas, y cada una en su parte exterior debe tener espacio suficiente para parquear un avión, digamos 30 o 40 metros, el corredor como mínimo debe medir más o menos medio kilómetro.

Venía yo corriendo entonces desde el extremo de la Sala 1 (con escala en la oficina de Aerorepública), en busca del otro extremo en donde me decían que estaba la Sala 11. Pues bien, antes de llegar al final encontré la sala 3, y confundida, le pregunté a un funcionario por mi destino y me indicó nuevamente que fuera hasta el final. Esta historia se repitió posteriormente con otro funcionario, y cuando llegué al famoso final sí había una sala 11, pero no tenía ninguna entrada porque el ingreso era por la Sala 3, pero esta era solo para vuelos internacionales.

Fue entonces, al final de todo el recorrido cuando un joven que hacía el aseo me indicó que a la Sala 11, podía entrar por la Sala 2. Si han podido seguir el hilo de este enredo, se habrán dado cuenta de que esa sala 2 fue la primera que encontré al comienzo de la historia, de donde el vigilante me envió al primer extremo del pasillo y donde se complicó toda esta historia.


Ya un poco asfixiada, corrí de nuevo en sentido contrario, hacia la Sala 2, mientras escuchaba en el altoparlante "Último llamado para abordar el vuelo...". Una vez allí, me encontré al vigilante que me había hecho enredar y de paso lo amenacé con quejarme de sus malas indicaciones si el avión me dejaba.

Pasé mi maleta por la maquinita aquella, vino el detector de metales, la respectiva requisa y a correr nuevamente, pero ahora con el portátil al hombro dándome golpes en la espalda. Otra vez, desde la Sala 2 hasta la Sala 11, pero en esta ocasión por dentro del pasillo de las salas de espera (línea naranja). En total, el recorrido torpe de un lado a otro, fue de más de un kilómetro.

Cuando ví de lejos el avión con el logo azul de Aerorepública, me volvió el alma al cuerpo. Pero se me volvió a salir en cuestión de segundos cuando llegué al punto y me dí cuenta de que el avión estaba arrancando ya y una azafata en la pista de aterrizaje portaba ya mi equipaje para hacerme la respectiva devolución. Si señores, el avión me dejó.


Epílogo: la continuación de la historia, de cómo logré llegar a Bogotá y cómo la queja se convirtió en otro mareo y de paso otro papeleo, da para completar la trilogía de desgracias. Así que se las compartiré en otro momento. Gracias por llegar al final de esta historia tan enredada (hasta para mí).

jueves, 23 de abril de 2009

Hoy también es el día de la tierra

Con algún grado de escepticismo, hace algunos meses estoy en Twitter, una especie de comunidad virtual que se construye a partir de publicaciones de 140 caracteres de extensión. En resumen, es algo así como un sitio en el cual lo único que uno puede hacer es tener amigos y publicar su mensaje de estado, y por medio de este comunicarse con los contactos. Sin embargo, tengo que decir que hace pocos días comprobé con sobradas razones que Twitter sí sirve, y mucho.

Un grupo de twitteros, a raíz de la publicación de este artículo titulado "Este Medellín que nos asfixia" empezamos a debatir sobre cómo motivar el cuidado del medio ambiente en la ciudad, sobre todo del aire.

Así que empezamos con una lluvia de ideas y terminamos plasmando algunas de ellas y abriendo el espacio para que la gente proponga otras en el blog www.MedellinSinContaminacion.org. Aún estamos en proceso de pulir algunos detalles, pero la invitación es abierta para que quienes quieran participar con fotos, artículos o ideas, lo haga de forma libre.

Por lo pronto, quiero compartirles este post que tiene como objetivo motivarnos a no desgastarnos en un día de la tierra al año, sino adquirir costumbres constantes que nos lleven a mejorar este mundo que tenemos ya tan herido.

jueves, 16 de abril de 2009

Amigo egresado

Esta tarde, sentada en la plazoleta Barrientos de la UdeA, me tomaba un granizado muy contenta, cuando empecé a recordar mis épocas de estudiante, especialmente en los primeros semestres.

Uno de estudiante es, lo que se llama popularmente, un completo "vaciado". Con unas ganas enormes de vivir, aprender, pasear, rumbear y pasar bueno y sólo los dos mil pesos del pasaje en el bolsillo, y muchas veces ni eso. Recordaba hoy que el pago de cada semestre me costaba 400 mil pesos y eso para mí era un problema gigante al inicio de cada período académico y que a veces tenía la ligereza de comerme un burrito en la entrada de Barranquilla y con eso ya descuadraba la plata de las fotocopias.

Pero el punto no es ese. Afortunadamente ya tengo en mi billetera un carné verde que me acredita como egresada de la Universidad de Antioquia, otro de docente de cátedra de la misma institución y unos pesos más que me permiten tomarme dos, tres y hasta veinte granizados, sin sentir el menor remordimiento.

El punto es que el estar en esta nueva amable posición, me hizo pensar que dentro del mismo campus hay otro montón de "primíparos" que aún están en la etapa difícil del asunto y que como mínimo agradecimiento con la institución, la sociedad y la vida, por permitirle a uno tener un cartón amarillo que dice "Universidad de Antioquia" y la mucha o poca solvencia económica que eso le represente, uno debería contribuirle a los muchachos de alguna forma.

¿Y entonces?

Estuve averiguando y me enteré de que en la UdeA hay un programa que se llama "Egresado Benefactor" en el que uno o varios egresados asumen el pago de la matrícula de uno o varios estudiantes que tengan la necesidad y el buen rendimiento académico. Así que se me ocurrió contarles, pensando que seguramente hay mucha más gente agradecida que se acuerda de lo difícil que es estar en esa posición.

Además, pensaba que saliéndonos del discurso de la U pública, en las universidades privadas hay muchas personas que también pasan las "duras y las maduras" y que seguramente quienes ya egresaron de estas instituciones también pueden encontrar programas como este para colaborarles a esos estudiantes que están "vaciados", como una vez lo estuvimos nosotros.

Ahí les dejo la inquietud.

Laura

sábado, 11 de abril de 2009

Mirarse...

Una vez estuve en un colegio femenino que no tenía espejos en los baños, según las directivas, para no incentivar la vanidad en las niñas. Sentí que de algún modo era un buen intento, pero también una afrenta contra el nunca bien ponderado espejo.

En mi casa solo hay un espejo y nadie lo compró, vino incorporado a uno de los baños y a pesar de lo limitante que pudiera resultar este evento, nunca nadie ha comprado otro en casi una década que llevamos viviendo en el mismo lugar.

A causa de ello, me puedo considerar una verdadera heroína de la vanidad. En vista de que el baño no es precisamente el lugar más disponible 24 horas en una casa, más aún si hablamos de las horas pico de la mañana, me ví en la necesidad de aprender a peinarme sin espejo, a veces incluso con plancha de ropa, antes de que comprara la del cabello. Lo mismo por las noches para desmaquillarme, porque para colmo el espejo, está ubicado en el baño privado de una alcoba.

Sin embargo, el punto de esta reflexión no es mi habilidad para acicalarme sin espejo.

Esta noche, mientras me desmaquillaba como siempre, sin el consabido adminículo y sabiendo que dejaba algunos residuos enormes de crema en mi rostro que después habrían de salir con agua y jabón, pensaba en los errores que cometemos en la vida cuando actuamos sin mirarnos.

Tal vez se trate de darle mucha trascendencia al espejo, pero más allá de eso, se la doy al significado de poder mirar hacia nosotros mismos en el momento en el que hacemos algo con nuestro cuerpo, con nuestra vida.

Nuestro tiempo es extremadamente veloz, los días pasan rápido y con ellos los años, y a veces en el afán de trabajar, estudiar y ahorrar dinero, se nos olvida cuáles fueron los objetivos que nos pusieron en semejante vacaloca y de repente estamos cansados, con un enorme dolor de espalda y ya se nos olvidó por qué.

Reflexiono sobre esto, porque siento que a menudo (más de lo que quisiera) me sucede esto, o lo alcanzo a ver en las personas que me rodean y que ya no tienen mucho tiempo para muchas cosas, pero van en una carrera en la que no están compitiendo con nadie. Y a veces hace falta detenerse y revisar para dónde es que va uno y si está yendo por el camino correcto. Lo grave es que hay cosas que no se solucionan con agua ni jabón, como el exceso de crema. He ahí la importancia de mirarse.

Laura

miércoles, 1 de abril de 2009

Sobre las TIC y la sopa

Juan Bernardo estudia Comunicaciones en la Universidad de Antioquia, proviene de la zona norte delpaís y es una persona única en toda su facultad porque cuenta con la especial característica de ser invidente.

Desde mi época de estudiante en la misma Facultad, pude ver muchas personas discapacitadas en diversos departamentos de la Universidad, pero nunca en la mía. En algún momento penséq ue no los admitían porque las comunicaciones requieren especial despliegue técnico que posiblemente no estarían algunas personas en capacidad de ejercer. Tal vez por eso me sorprendió mucho cuando me anunciaron que Juan sería estudiante mío en el curso de Taller de Medios I, que tiene como uno de sus ejes principales la creación de un sitio web.

Juan me inspiró a investigar sobre formas de enseñarle y de que él accediera al menos en parte a los mismos conocimientos que sus compañeros y por esta vía llegué a un evento sobre Accesibilidad web en una sede del Servicio Nacional de Aprendizaje SENA en Bogotá.

Una de las conferencias sobre accesibilidad, fue dictada por la persona encargada del plan de Articulación del programa Gobierno en Línea. Este personaje hablaba de cómo el gobierno nacional propende por la Accesibilidad Universal (ojo, Accesibilidad no es lo mismo que Acceso), para que personas con cualquier tipo de discapacidad o necesidad especial, puedan acceder democráticamente a los contenidos en la Red.

Una de las estrategias “maravillosas”que exponía como una forma de facilitarle la vida a las personas gracias aInternet, era la famosa PILA o Planilla Única, que ha obligado a miles de personas a tener un primer traumático encuentro con la Red.

Lo curioso, fue que esa misma noche en una reunión familiar, una tía docente de preescolar, me explicaba que sus colegas profesionales se veían superadas por la tecnología a la hora dehacer la PILA o resolver cualquier trámite por Internet.

Retomando un poco a Mafalda, mi filósofa de cabecera, pienso que en nuestra sociedad para un altísimo porcentaje de la población Internet es como la sopa para los niños.

Nuestros gobiernos, así como nuestros padres en la infancia, simplemente decidieron que la sopa o en este caso las TIC, eran por alguna razón buenos para nosotros. Unos y otros agotan dinero y explicaciones en uno y otro plato, una y otra estrategia para hacernos comprender que es esa y no otra cosa la que necesitamos. Pero ni unos ni otros logran nunca que aceptemos de buena gana que es así.

Como la sopa de la infancia muchas personas en Colombia toman aire y se aprietan la nariz para sentarse en el computador a hacer una tarea obligada, sacar un certificado de la Procuraduría o hacer la famosa PILA.

El error

A Pepito nunca el papá le pregunta ¿por qué no le gusta la sopa?, y a don Pepe el vendedor de frutas, nadiel e ha preguntado nunca ¿por qué le tiene pereza a Internet? ¿Cómo le gustaría aprender?

Tanto los gobiernos como los padres, han decidido qué es lo mejor y no involucran a sus hijos en las decisiones. Además, están seguros de que el argumento importante y definitivo es el que ellos tienen y que con eso les debe bastar a los demás. Pero así no debería ser la cosa.

Las personas tienen incertidumbres, dudas y temores frente a las TIC (y sí, también frente a la sopa) y nadie se las está resolviendo. La única respuesta es la voluntad de que todos estemos en la gran Red, de que todos estemos conectados y de que todost engamos que entender y adorar el loco y vertiginoso avance de las TIC. Así,muy difícil.

El gobierno puede ponerle el plato a la gente y enseñarle a comer, pero no pueden hacerle dar apetito y mucho menos gusto por la sopa.

¿Entonces qué hacer?

Desde mi humilde punto de vista, ha hecho falta preguntarle a la gente por sus temores, por sus deficiencias conceptuales y por sus necesidades antes de imponerle la herramienta como una panacea, y peor: como una panacea obligatoria.

De otro lado, si estamos pensando en las TIC como vehículo de desarrollo por la vía de su adopción y domesticación, deberíamos ponerlas en su lugar: como medios mas no como fines. Si nuestros gobiernos fueran coherentes y empezaran por el desarrollo individual (a escala Humana dirían Max Neef y Elizalde) no estaríamos ya en el camino de estrategias para que la gente aprenda a leer por Internet, porque tiene que asumir la Sociedad de la Información cuando aún no puede acceder ni a la información más básica.

Es necesario que nuestros gobiernos comiencen por entender que no todas las personas van a hacer el mismo uso de la Red y que es necesario que antes de verse obligadas a estar allí, entiendan cómo pueden aplicarla a sus propias vidas y no para tener la vida de los demás.

Es decir, no podemos esperar que una persona del campo busque en Internet lo mismo que buscamos nosotros y el verdadero logro no estaría en que sus dinámicas se asemejen a las de un ingeniero o un desarrollador, sino en que puedan apropiar o domesticar esa Red para las cosas que siempre hacen y en las que son verdaderos expertos.

Y Juan…

Volviendo a Juan, el inspirador de toda esta reflexión, sería muy ambicioso pedirle que trate de aproximarse al trabajo que hacen sus compañeros con herramientas de diseño web. Sin embargo, juntos descubrimos que él puede hacer mucho por sí solo por medio del código HTML y en ese proceso se encuentra.

Hay que reconocer, que es más difícil tomar a cada estudiante por su lado y según sus dificultades plantear estrategias específicas, pero eso es lo que tienen que hacer nuestros gobiernos: tomarse el trabajo de ver que los contextos y necesidades de las personas no son iguales, aunque el fin sea el mismo para todas.

lunes, 30 de marzo de 2009

Pereza y pobreza

Como cualquier mortal sin conocimiento sobre el tema, hasta hace poco tenía una percepción diferente del Banco Interamericano de Desarrollo - BID. Sin embargo, como a diario muchas puertas se abren y más aún cuando estamos en la Red, tuve la fortuna de conocer una política del BID que primero me dejó atónita, y segundo me explicó la razón por la que gente de todo el continente se reunió para hacerle contraparte a la Asamblea Número 50 de la organización que se lleva a cabo por estos días en Medellín.

Resulta que según pude leer en un documento del uruguayo Eduardo Gudinas, el BID piensa que el subdesarrollo está ligado a la riqueza en recursos naturales y es por eso que los países tropicales como Colombia son los más propensos a la pobreza y sobre todo a la desigualdad.

Para hacer esta afirmación, dicho organismo tiene como principales argumentos el hecho de que la acumulación de tierras por parte de pocas manos propicia la desigualdad, esto sumado a que las personas que trabajan la tierra normalmente no tienen acceso a la educación, por lo que se genera un estancamiento que por generaciones mantiene a estas personas al servicio de otras con mucho más poder y dinero que ellas, estancando así el desarrollo y perpetuando la desigualdad.

Sin embargo, "la mejor de todas" es el hecho de afirmar que la riqueza en recursos que siempre tiene la gente del trópico a mano, los ha hecho perezosos para el trabajo por la facilidad de suplir sus necesidades básicas sin gran esfuerzo, y por eso históricamente la gente que vive en torno al trópico se ha caracterizado por ser pobre y perezosa.

Estos argumentos me dejaron helada, porque de hecho si ustedes los miran con lupa, podrán ver que ninguno de ellos es completamente descabellado, por el contrario, son perfectamente lógicos y uno diría que sí, que por eso somos pobres.

Sin embargo, considero que no es este el tipo de razones en las cuales se pueden basar políticas internacionales, porque son limitantes y excluyentes, ya que parten del hecho de que a los latinos nos tocó en suerte nacer en este territorio y por eso nos debemos adaptar a la pobreza (que de hecho mucha gente vive adaptada).

Sin embargo, ya mirando la cuestión desde un punto de vista más local y crítico, es necesario reconocer que hay poblaciones de nuestro país que cumplen con estas características: bajos niveles de educación entre las personas que trabajan el campo, y sí, también pereza.

El punto es ¿nuestra pobreza y desigualdad se debe sólo a eso? ¿es ese un argumento que deba anteponerse ante las políticas que promueven el desarrollo?

Yo respondería que NO a ambos cuestionamientos, porque la historia de un país como el nuestro no sólo está determinada por estas características. Sin embargo pienso que de tenerlas en cuenta no es para partir de ellas como una limitante, sino como un saber previo que nos permite saber qué es lo que de entrada debe ser combatido por nuestras políticas nacionales.

Así, con tanta claridad sobre las limitaciones culturales que poseemos, hace rato debimos haber descentralizado las oportunidades de educación y en general de desarrollo para llegar a estas zonas que como ya tenemos claro, son el nicho del analfabetismo, por ende la pobreza y por ende, la violencia.

La pregunta fundamental es ¿somos sujetos capaces de cambiar la realidad o somos objetos de la pobreza? la respuesta del BID parece ser clara, falta que nosotros definamos la nuestra.

Laura Camila Caro

sábado, 28 de marzo de 2009

Mi propia desgracia burocrática

Hace poco Melpómene publicó en ANTITODO su desgracia burocrática: porque perder los papeles a poco de empezar a trabajar con una entidad del Estado, no puede ser otra cosa que una desgracia.

Tengo que decir, que su escrito me inspiró a contar el mío propio, que me llevará a recibir grados como Especialista antes que como Tecnóloga. Más que ridículo.

La historia

Sucede que hace algunos años era yo una feliz estudiante de Comunicación Social y Tecnología en Diseño Gráfico. Un bonito diciembre recibí mi grado como Comunicadora Social - Periodista y pocos meses después entregué mi trabajo de grado de la tecnología con miras a graduarme.

Una vez superada la mayor prueba de cualquier carrera, el susudicho trabajo, continuaba una prueba en teoría más simple, pero en la práctica la más complicada de la vida entera: el examen de inglés.

Voy a la oficina encargada de tal prueba y me sorprende lo arcaico de la inscripción para la misma: "señorita, debe escribir una carta informando que posee usted el conocimiento del idioma y que por eso en lugar del curso ha decidido presentar el examen". ¿Una carta? ¿no es más fácil generar un formato de los inscritos?

Pero bueno, no hay problema, yo hago la carta ¿dónde debo entregarla? La respuesta me dejó aún más sorprendida. Debía dejar la carta en portería, para que el portero le diera un número de radicado y luego la llevara a la oficina de extensión. Y así lo hice.

El día del examen


Llego yo el sábado del examen y me encuentro con que hay que esperar a que el profesor llame uno a uno a los estudiantes inscritos, los ubique en un puesto donde no pueda hacer fraude y les entregue la prueba. Al llegar el caballero al final de la lista, encuentro que al igual que otro joven ¡no aparezco en ella! Pensé: yo si desconfiaba de la dichosa cartica.

Pues bien, diríjase a la oficina a ver qué se le puede solucionar. Voy al lugar y lo primero es un regaño: "se les ha advertido que deben enviar la carta con tiempo, entonces no pueden presentar el examen". Ante la explicación pertinente, de haber entregado la carta con la antelación suficiente, la secretaria nos dirige al jefe de extensión, quien debe decidir qué hacer con nosotros.

Como se aproximaba el cierre para la fecha de grados, la fila era bastante extensa y el tiempo del examen corría.

Mientras pasaban los minutos, nos enteramos de que nuestras cartas no llegaron ¡porque llovió y los porteros no las mandaron desde la portería! Inverosímil ¿no? he ahí la falla del sistema de la carta.

Ya llevábamos casi una hora perdida del examen cuando nos atiende por fin el jefe de extensión, le contamos el caso y él soluciona el problema: una llamada al celular del profesor que estaba cuidando la prueba y simplemente "hermano, deje presentar la prueba a estos dos muchachos" y se acabó el problema. Más ridículo aún después de tanto lío, que la solución fuera tan simple.

Volviendo al examen, ya había perdido una valiosa hora de 3 que eran, y debía presentar en este lapso la suficiencia de 4 niveles de inglés ¿cuan difícil puede ser? pensé, así que decidí tomar la prueba aunque luego la tuviera que repetir.

Los resultados

Esa misma semana fui a buscar mis resultados y la respuesta me dejó helada: "ha ganado los dos primeros niveles, pero perdió el 3 y el 4". Le expliqué a la secretaria que había perdido una hora del examen y que quería presentarlo de nuevo, pero la opción se me negó.

Según ella, yo debía saber que solo tenía una oportunidad de presentar el examen de suficiencia porque decía tanto en el reglamento del Tecnológico como en la cartelera de la oficina. Pues bien, nunca me fue entregado el tal reglamento y lo que había en la cartelera era una hoja tamaño oficio en letra negra y tamaño hormiga, con la reglamentación completa ¿cómo se suponía que lo supiera?

Duré semanas tratando de encontrar al jefe de extensión para explicarle mi caso y pedirle ayuda, cuando finalmente lo contacté me dijo que haría lo posible por mí y en una semana ya tenía autorización para presentar nuevamente el examen. Por lo visto este señor revestía todo el poder de la institución, era un problema encontrarlo pero todo lo resolvía con un chasquear de dedos.

El examen se programa una vez al mes, así que esperé las semanas que eran necesarias, pero cuando fui a inscribirme nuevamente, la respuesta fue ¡el jefe de extensión renunció!

Así que he perdido la oportunidad y mi única salida es hacer los dos niveles que me faltaban, cada uno por un valor de 80 mil pesos (unos 30 dólares) y lo peor: cada uno con una duración de un semestre.

En suma: debo esperar a que empiece el próximo semestre y después un año entero estudiando temas de inglés que ya domino para graduarme, con suerte, en un año y medio.

Según este pronóstico, lo más probable es que obtenga antes mi título de Especialista en Periodismo Electrónico, por el que ya estoy terminando materias y trabajo de grado; que el de Tecnóloga en diseño gráfico, a pesar de que se supone que hace meses terminé lo más difícil: el trabajo de grado.

martes, 17 de marzo de 2009

¿Qué pasó con Ángel María?

Cualquier día llegó a mi casa una funcionaria de la Alcaldía en compañía de Ángel María, un personaje de bigote gris poblado, de apariencia muy humilde, pero en suma un bonachón y sencillo señor. Venían a informarme que él pasaría dos veces a la semana en la mañana a recoger el reciclaje de la casa, para separarlo organizadamente.

Si bien no supe de nadie más a quien le recogieran el reciclaje en la puerta, tengo que decir que don Ángel María venía siempre con su uniforme verde impecable y se comportaba como todo un caballero.

Curiosamente, aunque nunca había sido juiciosa para organizar el reciclaje a partir de la visita de este señor empecé a hacerlo con mucho esmero: lavaba las bolsas plásticas, los tarros, las latas y las empacaba aparte, al punto de tener más reciclaje que basura.

Aunque sí me pregunté por el destino de los recicladores que siempre veía por el barrio, pensé que la de Ángel María era una buena labor, además en su apariencia y la de su esposa, quien le colaboraba afuera separando la basura, se veía la humildad. Al fin de cuentas: una oportunidad de trabajo organizada, legal y enfocada hacia personas que la necesitaban.

Además, me pareció bastante efectivo que el hecho de que una persona fuera hasta la puerta de mi casa por los materiales reutilizables, me motivara a separarlos y organizarlos. Era como una especie de mezcla entre la vergüenza por que alguien se diera cuenta de mi irresponsabilidad con el planeta y un esfuerzo por la dignidad de alguien que trabaja escarbando entre mi desordenada basura.

¡Es la solución para motivar a la gente a que recicle! pensé.

Sin embargo, seguí viendo por ahí a los recicladores de siempre, lo que me hace pensar que la Alcaldía no se molestó en organizar a estas personas, sino que empleó a otras. Sólo una suposición.

El punto es que cierto día escuché que Ángel María y el portero de la urbanización hablaban de que alguien estaba sacando el reciclaje del cuarto de basuras, por lo que él encontraba cada vez menos material allí. Esto me preocupó un poco y me dije que no volvería a sacar el reciclaje al cuarto sino que se lo entregaría personalmente a él.

Aún así, hace tres semanas estuve en Bogotá y cuando regresé no había seña de Ángel María, pasan los días ¡y nada!

Parece que en nuestra ciudad más vale la informalidad aunque se planteen otras estrategias. Desconozco cualquier política de la Alcaldía al respecto, pero en este caso me gustaba ese trabajo organizado que además dignificaba la labor del tan pordebajeado reciclador y me motivaba a separar los materiales reutilizables.

Epílogo: no separo mis basuras hace dos semanas.

Laura

lunes, 16 de marzo de 2009

¿Espacios libres de humo?

Salía de la sala de urgencias de Comfenalco del Hospital Pablo Tobón Uribe, en donde me encontraba a causa de una deficiencia respiratoria. Desilusionada porque después de casi una hora de esperar para que atendieran mi "urgencia", aún no lograba pasar ni siquiera por el médico clasificador, me senté a tomar aire en una banca ubicada en un pasillo exterior del Hospital.

De repente, en medio de la rabia por la mala atención, sentí un olor bastante familiar: el de un cigarrillo encendido. Furiosa, y reconozco que algo alterada, al ver a la oronda fumadora ubicada no solo en un lugar bajo techo, de los prohibidos por la ley, sino en un hospital justo junto a la entrada de urgencias le recordé que la ley le prohibía fumar allí y ofendida me retó a llamar a la policía: lo que en efecto hice.

Llamé al 123 y le dije al policía que me contestó que había una persona fumando en un centro hospitalario y que tenía entendido que la policía podía tomar cartas en este asunto, a lo que él me respondió que no podía hacer nada, porque cuando llegaran ya se le habría acabado el cigarrillo ¡por Dios! ¡este hombre tenía razón! entonces me invitó a notificarle al guarda correspondiente de la situación.

En efecto, me dirigí al guarda quien me dijo que el Hospital a él sólo le exigía evitar que la gente fumara de la puerta principal hacia adentro. Aún así le expliqué que la ley cubría cualquier lugar bajo techo y más aún en ese caso cuando ese techo estaba en el sector de atención a urgencias de un hospital.

Sin embargo, la respuesta fue la misma: nada puedo hacer.

Esta situación me pone a pensar en las normas que se tiene que inventar el mundo para una sociedad como la nuestra, también pensando en el post anterior sobre las normas policivas que "nos protegen".

Y a pesar de que era hasta hace unas horas entusiasta de la dichosa ley de "los espacios libres de humo", ahora no puedo evitar pensar que esta sociedad no está hecha para esas normas que promueven el respeto por el otro. Y cuando digo respeto, me refiero al que no me fumen en la cara, pero también a la libertad de que quien quiera fume lo que quiera, siempre que no toque a los demás.

No sé con quién indignarme: si con el personal de la EPS que no me atendió aunque se podían dar cuenta de que no podía respirar, con la señora que fumaba frente a la entrada de urgencias o con los guardas que decidieron que de todas formas no podían hacer nada.

Sólo puedo concluir que aunque los colombianos presumimos de ser cálidos y hospitalarios, estamos enfrentados a la ley de la selva en la que estamos tan ocupados por sobrevivir con nuestras propias necesidades y hábitos que muchas veces se nos pasa por alto pensar en la persona que está sentada al lado ¿cómo los voy a juzgar?

Más vale la seguridad que la policía

Muere hace pocos días un estudiante asesinado en la Universidad de Antioquia y mi madre angustiada alega que en el campus la seguridad es un chiste "de qué sirve que les requisen a todos la maleta a la entrada, con lo fácil que es pasar un arma por encima de una reja".

Esta mañana antes de las 6 a.m. tuve que ingresar al campus por otra puerta, tuve que dar más vueltas y mostrar carné y cédula para poder entrar. Sin embargo, estando adentro aún a oscuras la sensación era diferente a todas las otras ocasiones que había estado allí: ya no me sentía segura.

En Bogotá, alguna vez saliendo de la Universidad de la Salle olvidé hacer firmar la autorización de entrada, y a pesar de que caía un torrencial aguacero, la recepcionista me obligó a devolverme hasta el bloque en donde había estado a hacer firmar y sellar el famoso papelito, claro, por seguridad. Resultado: emparamada yo, emparamado el papelito (intencionalmente) y por ende emparamado el escritorio de la recepcionista :P

Constantemente, Bancolombia repite en la radio que cambiemos la clave, y ahora El Colombiano promueve la seguridad en las contraseñas con este artículo.

Personalmente, tengo que reconocer que no me esmero mucho en tener contraseñas seguras o modificarlas con frecuencia: más grave me parece no acordarme después y que ni yo ni el hacker podamos entrar a usar algún sitio.

Sin embargo, todo este asunto en lo que me pone a pensar es en la paranoia tan desesperada y desesperante en la que vivimos, prevenidos del taxi que cogemos, la persona que está detrás en la fila del banco, el tipo que está en la esquina cuando abrimos la puerta de la casa y la persona que se nos arrima cuando salimos del supermercado.

Lo más paradójico de todo, es que esa paranoia de nada sirve cuando más adelante van los ladrones que el policía, los hackers que el ingeniero y cuando se pueden seguir metiendo armas por encima de las rejas.

No sé en qué momento nos cansaremos de los gases pimienta, las veinte mil claves alfanuméricas y de la paranoia tan grosera que ya tenemos. Igual seguirá pasando lo que tiene que pasar porque ante el crimen somos reactivos y no proactivos, como escuché decir alguna vez a Carlos Gaviria.

Y es que ser proactivos no es tener a mano todas las herramientas de protección, sino crear una sociedad más respetuosa, más solidaria y más justa, en donde no haya necesidad de tanta policía, ante la existencia de la verdadera seguridad. "Soñemos".

sábado, 14 de marzo de 2009

Desazón personal

Me hiere la sociedad del "conocimiento".

Hace unos años cuando cursaba uno de los primeros semestres en la Universidad de Antioquia, recuerdo haber escrito una reflexión en donde decía que la Red podía ser tan buena o tan mala como el uso que le diéramos los seres humanos, y que en su calidad de herramienta creada por el hombre podía servir para cualquier fin que este le diera.

Los últimos días me han ayudado a comprobar cuán válida era esa tesis, porque varias personas se han encargado de demostrarme que con la sociedad del "conocimiento" aparecieron también la envidia del "conocimiento", la mezquindad del "conocimiento" y el interés por el "conocimiento", entre otros bajos instintos muy cultos.

Tanto que me he interesado en el discurso de trasladar todas nuestras dinámicas a la Red y qué ironía, las que se me han trasladado de la manera difícil en las últimas semanas.

Escribo este post a manera de desahogo, pero también sé que muchos se van a identificar conmigo, porque no escribo esto como una víctima de ningún tirano de la Red, sino como una persona que está harta de que la gente no pierda oportunidad para sacarle el jugo al conocimiento "abierto y colaborativo" a la "gestión del conocimiento" y a la "cultura libre" para aprovecharse de la gente de la manera más descarada y posteriormente dejar su nombre por el suelo.

También lo escribo, porque estoy cansada de que me digan que "así es el mundo" y que me vaya acostumbrando. Porque precisamente me niego a acostumbrarme a que se aprovechen de lo que sé y de lo que sé hacer, a se tergiverse la información en mi contra o en la de otras personas y a que se ponga mi trabajo por el piso justo después de explotarlo. Y no me acostumbro porque si lo hago, estaré actuando igual de mal.

Cansada y profundamente decepcionada,

Laura

viernes, 13 de marzo de 2009

El dolor es como el topo... y Medellín está llena de dolor

Estos dos últimos días me han generado una serie de sensaciones encontradas que van desde el asombro y la indignación, hasta el físico miedo. A continuación, un recorrido por nuestra situación de orden público vista solo por mis ojos, que lógica y afortunadamente no pueden alcanzar a contemplar toda la realidad.

Primera escena. Miércoles 11 de marzo, 9 p.m.
Salía a pie del Hospital Pablo Tobón Uribe, con el fin de dirigirme a mi casa de este modo, cuando en toda la entrada peatonal principal del hospital me sorprende un policía con la angustia reflejada en su rostro y el arma en su mano, en posición de alerta.

En su radio teléfono se escuchaba claramente la orden "rodeen toda la cuadra" mientras él recorría con su mirada todo el sector, tratando de encontrar seguramente a algún herido que se acababa de escabullir. Con el pasar de los minutos pude ver cómo un carro salía a gran velocidad del hospital y otra patrulla subía rápidamente. El rostro de la gente era una mezcla entre asombro y temor.

Segunda escena. Jueves 12 de marzo, 1 p.m.
Con los estudiantes de primer semestre tenemos la costumbre de hacer un análisis de las problemáticas de su comunidad al iniciar el semestre, en esta oortunidad el tema de la inseguridad fue recurrente, pero me llamó la atención un caso en especial:

Marcela* afirma que los grupos armados están empezando a bajar a su barrio, que hasta hace poco era seguro, un barrio habitado por ancianos en donde hace mucho no se presentaban problemas de pandillas. Cuenta que nadie creía en las amenazas, pero que en los últimos días ya han sido asesinadas 4 personas únicamente en ese sector.


Tercera escena. Jueves 12 de marzo, 6:20 p.m.

Es asesinado en el campus de la Universidad de Antioquia el ex estudiante de derecho Jose Andrés Isaza Velásquez. El hecho ocurre una semana después de que varios integrantes de la comunidad académica recibieran amenazas proferidas por grupos de autodefensa al interior de la universidad.

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Tal carga de violencia en dos días ante mis ojos (insisto, esto es sólo lo que yo alcanzo a percibir) no se debió a ninguna casualidad, desafortunadamente este es el paisaje de Medellín en estos momentos, aunque diferentes sectores de la sociedad se nieguen a reconocerlo.

12 años llevo en esta ciudad y tengo que decir que nunca había presenciado semejante despliegue de violencia, porque tuve la fortuna de llegar en un momento en el que la situación ya estaba empezando a mejorar. Pero tristemente hoy tengo que verla con otra cara.

Es una lástima tener que reconocer que Medellín carga con una historia dolorosa y con gente que vive con esta historia a sus espaldas. Es un decir común, eso de que en Medellín hubo alguien que murió violentamente en cada familia, y eso más que una estadística dolorosa, es una dura realidad de la idiosincrasia de este pueblo que desafortunadamente no ha recibido reparación.

Y digo idiosincrasia, porque es algo que se cala en el sentir de la gente, en el dolor colectivo, en la visión del presente y el futuro, en el cuestionamiento que viene de la ausencia de respuestas satisfactorias a tantas preguntas, en las semillas de venganza que han ido creciendo y que hoy parecen florecer.

El dolor es como el topo, si se le tapa el hueco por el que estaba saliendo, abre hueco por otra parte y termina saliendo y Medellín es una ciudad que no ha podido elaborar el duelo de todos sus muertos, porque nadie le ha dado la oportunidad, así es como el dolor aflora una y otra vez por distintas rendijas, que cada vez se hacen mayores.

*Nombre modificado

domingo, 8 de marzo de 2009

Mis deseos para el día de la mujer

Paradójicamente en este momento me siento mucho más agotada que otros domingos en teoría menos especiales, y en medio de mis cavilaciones sobre el día de la mujer sólo se me ocurre pensar cómo hubiera sido mi vida si hubiera nacido en otra época.

Tal vez si hubiera nacido hace un siglo, no hubiera tenido la opción de estudiar para ser profesional, pero al menos hubiera tenido un solo oficio y un solo horario: el de ama de casa. Así no tendría que salir con urgencia a apagarle los incendios a todos los clientes.

Tal vez, si mis padres no me hubieran dejado elegir a mi pareja, hubiera querido ser monja, negándome entonces a muchos placeres de la vida, pero al menos tendría garantizadas las horas de sueño fijas diarias.

Seguramente no tendría el derecho de usar faldas cortas, pantalones apretados ni escotes, pero tampoco estaría obligada a luchar contra la comida para tratar de mantenerme delgada, ni pelear contra el paso de los años en mi cuerpo.

Sin embargo, lo que tengo no está tan mal, ahorro maltratos y obligaciones no solicitadas a cambio de un horario triple de trabajo, una carga de complejos ridícula y cuatro horas de sueño diarias.

Reivindico mis derechos y decido que aún no quiero casarme ni tener hijos, pero igual tengo que mantener las uñas y las manos impecables aunque tenga que lavar los platos varias veces al día.

Así, no me sirve el día de la mujer, no me interesa. Porque en lugar de reducir cargas para mí han aumentado, avanzando por el mismo camino de todas las que elegimos ser mujeres modernas, tener objetivos y logros, pero también mucho cansancio y unas grandes ojeras.

Ojalá muchos hombres hubieran tomado con nosotras la decisión de avanzar, pero no, y lo único que hemos logrado es tener la carga vieja sumada a la carga nueva ¡y lo peor es que a algunas todavía les pegan!

Si pudiera decirles que quiero de regalo de día de la mujer, lo haría: deseo levantarme por esta semana siendo hombre para poder encontrar al amanecer mi ropa planchada y limpia para salir a trabajar, mi desayuno caliente sobre la mesa, y salir a la calle sin pensar si el maquillaje que llevo está impecable.

Me encantaría salir a la calle sin pensar en los asquerosos piropos groseros ni en los incómodos zapatos que debo soportar todo el día, y llegar por la noche a recostarme a ver fútbol mientras una mano fantasma pone la comida junto a mí.

No quiero generalizar, pero esta es la vida que me toca a mí, y al menos para mí (y sé que para muchas otras) ese sería el mejor regalo.

Todo esto, no lo digo a modo de queja, sino de invitación: señores machos, antes de regalar una grosera rosa, aprovechen este día para reflexionar sobre nosotras y sobre lo que hacemos por ustedes.

Cansada,

Laura Camila Caro Salcedo

sábado, 21 de febrero de 2009

Los niños son del mundo

Esta tarde mientras recorría un almacén, presencié una escena que me resulta bastante común y hasta familiar: un niño de unos 4 años lloraba a gritos y sacudía pies y manos exigiendo algo de sus padres ¿cómo voy a negar que en algún momento hice yo lo mismo? De hecho creo que cualquier persona con dos dedos de frente lo concibe como algo normal a esa edad.

Pues bien, el padre del niño visiblemente avergonzado por el escándalo le propinó varias palmotadas en un bracito a lo que el niño respondió llorando aún con más fuerza y evidente dolor, mientras con su otra manito sujetaba el lastimado brazo.

Soy perfectamente conciente de que lo que ví no es nada nuevo, y de hecho la escena de los golpes al niño se me hace bastante conocida y repetida, el punto es: ¿voy a aceptar que sea normal?

Creo que en esto está el punto, de nosotros depende de si permitimos que esto se convierta en una conducta normal y personalmente creo que es irresponsable que nos acostumbremos a estas escenas.

Tal vez, los padres piensan que a los hijos hay que reprenderlos y que esto compete sólo a su vida privada y que nadie puede inmiscuirse en estas situaciones familiares. Yo por mi parte considero que cuando se lastima a un niño, se crea una mala persona no para la familia, sino para el mundo. En consecuencia es responsabilidad de todos, desde el espacio que podamos ocupar en esta sociedad, evitar al máximo este tipo de maltratos.

Ojo papás, que eso sí les duele.

Laura