sábado, 19 de diciembre de 2009

Despacio... dé espacio

Life is a journey, not a destination
Cursiva La vida es un viaje, no un destino
Amazing-Aerosmith


Más o menos desde que me considero una adulta, diga usted desde los 18 o 19 para acá, las navidades son para mí una época menos romántica, pero en cierto modo más enamoradora. Ya no existe ese pensamiento de todo es paz y amor, tampoco la ilusión con los regalos, ni la espera del 24 para destaparlos con el misterio que eso conllevaba.

Por el contrario, es una época en la que se me antoja oler, saborear, sentir, ver... es como si los sentidos se agudizaran y me hace feliz el solo hecho de salir a la calle y sentir a qué huele el aire. Y más aún, me enamora ver cómo los niños juegan hasta altas horas de la noche y aprenden a leer en las novenas de aguinaldos, con palabras que seguro ni usted, respetado lector, ni yo, sabemos qué significan.

Me fascina verlos, porque a pesar de las enormes equivocaciones que cometen con los términos extraños de la novena, nadie los regaña, nadie los juzga y aunque la consabida reunión se prolongue a causa de los errores y tartamudeos de los niños, nadie está presto a criticarlos y lo máximo que se ve son miradas cómplices de ternura por la inocencia que se percibe en sus palabras.

Pero el resto del año no es así. Las mamás están pendientes de que sus hijos sean los mejores en algo: leyendo, en deportes o de forma inconsciente en ser los más necios. Y en eso se va la vida, en poner metas y alcanzarlas. Eso nos enseña el mundo, tenemos que ser los más rápidos, los más ágiles, sobresalir en algo, así sea en algo malo, debemos tener objetivos y ser alguien en la vida.

Nos enseña a seguir un camino lógico y terminar trabajando de lunes a viernes, de 8 a 6, mecánicamente todos los días y sumando esfuerzos para llegar a otro objetivo y viviendo 365 días al año de los cuales pocos recordamos porque en pocos de ellos algo nos marcó.

Por eso la navidad me gusta, es como si el reloj de repente estuviera en cámara lenta y un error no mereciera un castigo, y un desacierto causara gracia y nada fuera suficiente para amargar el momento.

Pero ¿qué habría de malo en que todos los días fueran iguales? ¿Para qué correr? ¿Para qué llegar primero? La vida es un viaje, no un destino, y si además de perseguir objetivos disfrutáramos las pequeñas cosas que pasan y nos riéramos de los errores; si viviéramos como niños que aprenden a leer y cuyas inocentes equivocaciones causan gracia, tal vez nos marcarían más días del año y nuestros logros tendrían más sentido.

Llega un momento, siempre llega un día en el que se acaban las metas y uno se pregunta ¿qué sigue? no espere ese momento para vivir cada día.

Dese espacio, vaya despacio...