Salía de la sala de urgencias de Comfenalco del Hospital Pablo Tobón Uribe, en donde me encontraba a causa de una deficiencia respiratoria. Desilusionada porque después de casi una hora de esperar para que atendieran mi "urgencia", aún no lograba pasar ni siquiera por el médico clasificador, me senté a tomar aire en una banca ubicada en un pasillo exterior del Hospital.
De repente, en medio de la rabia por la mala atención, sentí un olor bastante familiar: el de un cigarrillo encendido. Furiosa, y reconozco que algo alterada, al ver a la oronda fumadora ubicada no solo en un lugar bajo techo, de los prohibidos por la ley, sino en un hospital justo junto a la entrada de urgencias le recordé que la ley le prohibía fumar allí y ofendida me retó a llamar a la policía: lo que en efecto hice.
Llamé al 123 y le dije al policía que me contestó que había una persona fumando en un centro hospitalario y que tenía entendido que la policía podía tomar cartas en este asunto, a lo que él me respondió que no podía hacer nada, porque cuando llegaran ya se le habría acabado el cigarrillo ¡por Dios! ¡este hombre tenía razón! entonces me invitó a notificarle al guarda correspondiente de la situación.
En efecto, me dirigí al guarda quien me dijo que el Hospital a él sólo le exigía evitar que la gente fumara de la puerta principal hacia adentro. Aún así le expliqué que la ley cubría cualquier lugar bajo techo y más aún en ese caso cuando ese techo estaba en el sector de atención a urgencias de un hospital.
Sin embargo, la respuesta fue la misma: nada puedo hacer.
Esta situación me pone a pensar en las normas que se tiene que inventar el mundo para una sociedad como la nuestra, también pensando en el post anterior sobre las normas policivas que "nos protegen".
Y a pesar de que era hasta hace unas horas entusiasta de la dichosa ley de "los espacios libres de humo", ahora no puedo evitar pensar que esta sociedad no está hecha para esas normas que promueven el respeto por el otro. Y cuando digo respeto, me refiero al que no me fumen en la cara, pero también a la libertad de que quien quiera fume lo que quiera, siempre que no toque a los demás.
No sé con quién indignarme: si con el personal de la EPS que no me atendió aunque se podían dar cuenta de que no podía respirar, con la señora que fumaba frente a la entrada de urgencias o con los guardas que decidieron que de todas formas no podían hacer nada.
Sólo puedo concluir que aunque los colombianos presumimos de ser cálidos y hospitalarios, estamos enfrentados a la ley de la selva en la que estamos tan ocupados por sobrevivir con nuestras propias necesidades y hábitos que muchas veces se nos pasa por alto pensar en la persona que está sentada al lado ¿cómo los voy a juzgar?
lunes, 16 de marzo de 2009
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