Estos dos últimos días me han generado una serie de sensaciones encontradas que van desde el asombro y la indignación, hasta el físico miedo. A continuación, un recorrido por nuestra situación de orden público vista solo por mis ojos, que lógica y afortunadamente no pueden alcanzar a contemplar toda la realidad.
Primera escena. Miércoles 11 de marzo, 9 p.m.
Salía a pie del Hospital Pablo Tobón Uribe, con el fin de dirigirme a mi casa de este modo, cuando en toda la entrada peatonal principal del hospital me sorprende un policía con la angustia reflejada en su rostro y el arma en su mano, en posición de alerta.
En su radio teléfono se escuchaba claramente la orden "rodeen toda la cuadra" mientras él recorría con su mirada todo el sector, tratando de encontrar seguramente a algún herido que se acababa de escabullir. Con el pasar de los minutos pude ver cómo un carro salía a gran velocidad del hospital y otra patrulla subía rápidamente. El rostro de la gente era una mezcla entre asombro y temor.
Segunda escena. Jueves 12 de marzo, 1 p.m.
Con los estudiantes de primer semestre tenemos la costumbre de hacer un análisis de las problemáticas de su comunidad al iniciar el semestre, en esta oortunidad el tema de la inseguridad fue recurrente, pero me llamó la atención un caso en especial:
Marcela* afirma que los grupos armados están empezando a bajar a su barrio, que hasta hace poco era seguro, un barrio habitado por ancianos en donde hace mucho no se presentaban problemas de pandillas. Cuenta que nadie creía en las amenazas, pero que en los últimos días ya han sido asesinadas 4 personas únicamente en ese sector.
Tercera escena. Jueves 12 de marzo, 6:20 p.m.
Es asesinado en el campus de la Universidad de Antioquia el ex estudiante de derecho Jose Andrés Isaza Velásquez. El hecho ocurre una semana después de que varios integrantes de la comunidad académica recibieran amenazas proferidas por grupos de autodefensa al interior de la universidad.
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Tal carga de violencia en dos días ante mis ojos (insisto, esto es sólo lo que yo alcanzo a percibir) no se debió a ninguna casualidad, desafortunadamente este es el paisaje de Medellín en estos momentos, aunque diferentes sectores de la sociedad se nieguen a reconocerlo.
12 años llevo en esta ciudad y tengo que decir que nunca había presenciado semejante despliegue de violencia, porque tuve la fortuna de llegar en un momento en el que la situación ya estaba empezando a mejorar. Pero tristemente hoy tengo que verla con otra cara.
Es una lástima tener que reconocer que Medellín carga con una historia dolorosa y con gente que vive con esta historia a sus espaldas. Es un decir común, eso de que en Medellín hubo alguien que murió violentamente en cada familia, y eso más que una estadística dolorosa, es una dura realidad de la idiosincrasia de este pueblo que desafortunadamente no ha recibido reparación.
Y digo idiosincrasia, porque es algo que se cala en el sentir de la gente, en el dolor colectivo, en la visión del presente y el futuro, en el cuestionamiento que viene de la ausencia de respuestas satisfactorias a tantas preguntas, en las semillas de venganza que han ido creciendo y que hoy parecen florecer.
El dolor es como el topo, si se le tapa el hueco por el que estaba saliendo, abre hueco por otra parte y termina saliendo y Medellín es una ciudad que no ha podido elaborar el duelo de todos sus muertos, porque nadie le ha dado la oportunidad, así es como el dolor aflora una y otra vez por distintas rendijas, que cada vez se hacen mayores.
*Nombre modificado
viernes, 13 de marzo de 2009
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