lunes, 13 de diciembre de 2010

La comunicación de nuestro olvido

Supongo que a muchos comunicadores les pasa lo que a mí: entramos felices a la universidad, pensando en periódicos, cámaras y micrófonos; pero nos damos en las narices con la antropología, la sociología y la sicología, luego de que el colegio nos sembrara la aversión a las ciencias sociales. Al menos a mí me pasó, aunque tuve la fortuna de enamorarme de mi carrera en cuestión de días.

Quienes deciden estudiar comunicación (lo sé porque cada semestre recibo una nueva camada de primíparos en la universidad) por lo general tienen motivos relacionados con los medios masivos de comunicación, la producción audiovisual, su talento para redactar, sus ambiciones poéticas, su don de gentes o inclusive, su aversión a las matemáticas. Pero rara vez se escucha un joven con curiosidad social en el sentido de observar y comprender las maravillosas e intrincadas dinámicas de la comunicación directa.

Y la cosa se pone peor. Luego en el pénsum aparecen las comunicaciones estratégicas, el mercadeo y las tan anheladas cámaras de televisión, asesinas, muchas veces, de la mirada natural y transparente que pueden tener las personas hacia su realidad.

Entonces, sufrimos la metamorfosis: exigimos pulcritud en la redacción y la ortografía, tomas limpias y sin manos temblorosas; expresión oral impecable y factura de concurso. Todo lo anterior es maravilloso, pero nos hace olvidar la comunicación de la vida, la que comenzó todo este rollo en el que estamos: el lenguaje de señas de los sordos, la redacción curiosa de los nombres de los locales del centro, las grabaciones caseras y las jergas callejeras.

Entonces filtramos. Sacamos lo feo, lo que no tiene factura, lo que chilla, lo mañé. Ninguna de esas expresiones tiene derecho a salir en un medio, "ni más faltaba", menos a ser mostrada, salvo en YouTube para burlarnos de ellas en las noches de amigos.

Pero olvidamos que todas esas cosas son manifestaciones de nuestra cultura, y más aún, de los torrentes de sentido que corren por los verdaderos y auténticos canales de comunicación, que no son otra cosa que la expresión de la naturaleza humana.

La asepsia que perseguimos en el lenguaje escrito, gráfico y audiovisual, lava los colores verdaderos de nuestras casas, los sabores de nuestras palabras y los olores de nuestras gentes, y lo peor, limita las memorias que sobre el presente le dejamos al futuro.


Una ventana

Obviamente, con lo anterior no propongo que tiremos por la borda lo aprendido en las escuelas de comunicación, ni que entreguemos al público productos huecos, vacíos y de mala calidad. Pero quiero llamar la atención hacia un hecho: en la actualidad tenemos en Internet un espacio prácticamente virgen en donde las personas pueden empezar a crear y a decir sin las formas que a nosotros, los profesionales, nos dieron las escuelas de comunicación. Y eso no tiene por qué ser malo.

Lo malo, es que los ciudadanos no tengan el criterio para distinguir entre lo que es verdadero y lo que es falso, lo que es superficial y lo que es profundo y le concedan igual importancia a lo banal que a lo fundamental. Es ahí en donde está la tarea, en educar el criterio, mas no en seguir entregando todo "masticado" como lo hicieron los medios masivos de comunicación durante décadas. Por eso el reto es tan grande para quienes somos comunicadores de profesión.

Mucho he leído es cuento de que por culpa de los blogs todo el mundo quiere ser escritor, que por culpa de Flickr todo el mundo quiere ser fotógrafo, etc. Pues bien, he de decir, que prefiero que por culpa de las redes sociales todos se quieran dar a conocer por medio de la expresión, que seguir diciendo que en mi país por culpa de la televisión todas las niñas quieren ser modelos y los niños futbolistas.

Dejemos las redes fluir y tratemos de comprender, que ese "mar de información" del que todo el mundo habla no es un problema, sino una oportunidad de mostrarnos y vernos con autenticidad y de aprendernos y enseñarnos a tener criterio para elegir la información.

Cierro, con el tweet que originó la discusión en Twitter, que a su vez motivó esta reflexión: si un comunicador no entiende el poder de las redes sociales, es porque en el fondo no cree en el poder de la comunicación.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Mirar sin ver y dar sin regalar

Debo decir, para comenzar, que nada de lo que pueda yo escribir, ni las fotos, ni siquiera el video que está circulando con la vista aérea del desastre, va a permitirle conocer la magnitud de la tragedia del derrumbe en Calle Vieja, en el municipio de Bello (Antioquia). Sin embargo, siento la necesidad y la obligación moral de contarlo.


Mirar sin ver

Como escribía en uno de mis primeros artículos en este blog, no me gusta eso que algunos llaman "periodismo urbano" y menos el amarillismo, por eso no les voy a contar del niño de 4 años que se quedó huérfano a causa del derrumbe, ni de los niños damnificados que visitamos el día de las velitas.

No quiero contar eso, porque la razón por la cual debemos hacer nuestros aportes para los damnificados no debe ser la lástima, ni tampoco la caridad. Lo que nos debe tocar el alma en estos días de tragedia, es sobre todo el hecho de saber que los damnificados son personas como nosotros, que con sus más y sus menos son seres humanos con prioridades similares a las nuestras.

A todas las personas que me han preguntado sobre Calle Vieja, les he dicho lo mismo: "hay que ir". Para poder conocer la dimensión real de la situación, hay que ir hasta allá y ver la impresionante cantidad de tierra que sepultó la vida de tantas personas y que a otros los dejó sin nada.

Los medios de comunicación nos muestran una cara superficial de la situación, una mirada que es insuficiente y que busca apelar a nuestros sentimientos para que donemos, pero también para que les demos rating. Por eso nos quedamos con una mirada lastimera de la situación, una mirada que regala paliativos pero que en cuestión de semanas se olvida del tema y pasa la página. Una mirada fugaz que no construye nada en el tiempo y que es la responsable que de que este país no tenga cimientos fuertes, no solo bajo sus casas, sino también de las bases de su sociedad.


Dar sin regalar

Una de las cosas que más me impactó cuando llegué a Calle Vieja, fue ver que la loma y las viviendas del sector son como las de muchos otros sectores de Medellín: una loma no tan empinada, cercana al valle y con muchas casas hechas de ladrillo y concreto. Un barrio como en el que vive usted o como en el que vivo yo.

Nos hemos vuelto indolentes, porque estamos acostumbrados a ver que en Medellín hay casas de tabla y lata que parecen poder caerse en cualquier momento y cuando escuchamos "desastre" frecuentemente pensamos que es lógico que esas cosas pasen cuando las personas viven en esas condiciones.

Pero no, las cosas no podemos verlas así: esta era una loma como cualquier otra y las personas que allí murieron y que lo perdieron todo, son como usted y como yo. Ver eso, me hizo reflexionar muchísimo sobre la forma como vemos a los demás y como pensamos cuando vamos a "donar". Por ejemplo, quienes estaban clasificando la ropa, nos contaban que habían regalado cosas en muy mal estado e incluso ropa interior ¡usada! y yo pensaba ¿a quién creen que le están donando las cosas?

Pues déjeme yo le cuento: esas personas que perdieron todo, son seres humanos que tienen las mismas necesidades que usted. Piense: si usted quiere alimentarse, vestirse y asearse dignamente, ellos también; si usted quiere que sus hijos tengan juguetes y disfruten la infancia, ellos también, y claro, si usted quiere que su mascota se alimente y esté libre de enfermedades, por supuesto que ellos también.

La única cosa que nos diferencia de los damnificados, es que la casa no se nos vino abajo dejándonos solo con lo que teníamos puesto ¿entonces por qué somos tan mediocres para dar?

Yo lo invito a que deje de usar la palabra "caridad" o "donar" y comience a pensar más bien en "regalar" como lo hace con sus iguales. Piense en estas personas como en su familia, sus amigos y recuerde todas las veces que da un regalo fino solo para levantar su estatus. Y dese cuenta, finalmente, que ellos no requieren regalos finos, simplemente regalos dignos.


El tiempo es oro y también se regala

Otra muestra de nuestra indolencia con los damnificados es la forma como la mayoría de las personas "dona": hace una transferencia económica a una cuenta o en el mejor de los casos, lleva alguna donación material a un sitio de acopio.

Si bien ese tipo de aportes son absolutamente necesarios e indispensables, en mi opinión la caridad es una acción muchas veces hipócrita y mediocre, porque sirve para dejarle al donante la tranquilidad de haber dado, pero solo es un paliativo y no le cambia la situación al que recibe. Además, en muchos casos en Colombia, la caridad ha servido para que la gente se acostumbre a que todo se le debe regalar, lo que se ha convertido en uno de los peores cánceres de nuestra sociedad.

Sin embargo, opino que cuando se quiere ayudar a las personas el mejor regalo es el tiempo. Ir al sitio, estar con la gente, conocerla, compartir saberes y hacerle saber que no están solos a pesar del abandono del gobierno; untarse las manos recogiendo escombros, dobla ropa, charlar o jugar con los niños son regalos invaluables.

El tiempo y las acciones concretas en el lugar del desastre, son cosas muy caras para quien las da, porque aunque no se note, el tiempo es lo que más valoramos y con lo que más egoístas somos. Pero de la misma forma el apoyo y el acompañamiento son más valiosos para quien los recibeporque construyen el futuro, mientras las donaciones son paliativos muy necesarios pero que no trascienden el presente inmediato.

A veces somos tan poca cosa, que no creemos tener lo suficiente para regalar algo que valga la pena y nuestra comodidad es tan sumamente importante, que no contribuimos con cosas valiosas que todos tenemos a pesar de las carencias, como nuestro tiempo.


Las redes sociales

Debo agregar que agradezco enormemente a las redes sociales, responsables de que muchas personas hayamos asimilado que los damnificados son iguales a nosotros gracias a los casos de @CamaronDiaz en Calle Vieja y los padres de @JohnRestrepo en Bolombolo.

Es cierto que las redes sociales por sí mismas no hacen nada, es ciertísimo que hay muchas personas que solo las usan para hacer escándalo alrededor de alguna donación que hicieron y también es verdad que otras tantas solo donan por no quedar mal en Internet.

Pero según lo que he visto, son muchas las personas que honestamente se han tocado, porque las redes nos han permitido ver lo sucedido más allá del drama, el escándalo y el amarillismo de los medios de comunicación tradicionales. Tener contacto directo con la tragedia, nos permitió ver más allá de la lástima y comprender esta situación desde la amistad, como iguales.


EPÍLOGO

Si usted se sintió ofendido por este texto, permítame decirle que en cierto modo también es un regaño para mí y fruto de un aprendizaje muy reciente. Así que lo invito a que no ataque y más bien aprovechemos para aprender.