Quienes deciden estudiar comunicación (lo sé porque cada semestre recibo una nueva camada de primíparos en la universidad) por lo general tienen motivos relacionados con los medios masivos de comunicación, la producción audiovisual, su talento para redactar, sus ambiciones poéticas, su don de gentes o inclusive, su aversión a las matemáticas. Pero rara vez se escucha un joven con curiosidad social en el sentido de observar y comprender las maravillosas e intrincadas dinámicas de la comunicación directa.
Y la cosa se pone peor. Luego en el pénsum aparecen las comunicaciones estratégicas, el mercadeo y las tan anheladas cámaras de televisión, asesinas, muchas veces, de la mirada natural y transparente que pueden tener las personas hacia su realidad.
Entonces, sufrimos la metamorfosis: exigimos pulcritud en la redacción y la ortografía, tomas limpias y sin manos temblorosas; expresión oral impecable y factura de concurso. Todo lo anterior es maravilloso, pero nos hace olvidar la comunicación de la vida, la que comenzó todo este rollo en el que estamos: el lenguaje de señas de los sordos, la redacción curiosa de los nombres de los locales del centro, las grabaciones caseras y las jergas callejeras.
Entonces filtramos. Sacamos lo feo, lo que no tiene factura, lo que chilla, lo mañé. Ninguna de esas expresiones tiene derecho a salir en un medio, "ni más faltaba", menos a ser mostrada, salvo en YouTube para burlarnos de ellas en las noches de amigos.
Pero olvidamos que todas esas cosas son manifestaciones de nuestra cultura, y más aún, de los torrentes de sentido que corren por los verdaderos y auténticos canales de comunicación, que no son otra cosa que la expresión de la naturaleza humana.
La asepsia que perseguimos en el lenguaje escrito, gráfico y audiovisual, lava los colores verdaderos de nuestras casas, los sabores de nuestras palabras y los olores de nuestras gentes, y lo peor, limita las memorias que sobre el presente le dejamos al futuro.
Una ventana
Obviamente, con lo anterior no propongo que tiremos por la borda lo aprendido en las escuelas de comunicación, ni que entreguemos al público productos huecos, vacíos y de mala calidad. Pero quiero llamar la atención hacia un hecho: en la actualidad tenemos en Internet un espacio prácticamente virgen en donde las personas pueden empezar a crear y a decir sin las formas que a nosotros, los profesionales, nos dieron las escuelas de comunicación. Y eso no tiene por qué ser malo.
Lo malo, es que los ciudadanos no tengan el criterio para distinguir entre lo que es verdadero y lo que es falso, lo que es superficial y lo que es profundo y le concedan igual importancia a lo banal que a lo fundamental. Es ahí en donde está la tarea, en educar el criterio, mas no en seguir entregando todo "masticado" como lo hicieron los medios masivos de comunicación durante décadas. Por eso el reto es tan grande para quienes somos comunicadores de profesión.
Mucho he leído es cuento de que por culpa de los blogs todo el mundo quiere ser escritor, que por culpa de Flickr todo el mundo quiere ser fotógrafo, etc. Pues bien, he de decir, que prefiero que por culpa de las redes sociales todos se quieran dar a conocer por medio de la expresión, que seguir diciendo que en mi país por culpa de la televisión todas las niñas quieren ser modelos y los niños futbolistas.
Dejemos las redes fluir y tratemos de comprender, que ese "mar de información" del que todo el mundo habla no es un problema, sino una oportunidad de mostrarnos y vernos con autenticidad y de aprendernos y enseñarnos a tener criterio para elegir la información.