viernes, 24 de abril de 2009

Mi propia desgracia logística

Hace una semanas, Melpómene me inspiró a contar mi desgracia burocrática. Hoy, Adriana Cano, una amiga periodista (desafortunadamente sin blog), es mi inspiradora para contar una nueva desgracia, pero logística en esta ocasión. Su buen artículo sobre el enredo que hay en el ingreso al Edificio Inteligente de las Empresas Públicas de Medellín por culpa de la absurda comunicación y logística, me motivó a escribir un problema similar que hay en el Aeropuerto José María Córdova, que me causó grandes incomodidades en alguna ocasión.

El lector comprenderá que esta historia amerita un gráfico, porque es tan compleja que nadie entendería, a no ser que tenga mucha paciencia.

Todo empezó...

Todo empezó un lunes a las 11:30 a.m. cuando abordé, detrás del Hotel Nutibara, un colectivo con destino al aeropuerto José María Córdova, ubicado en Rionegro, un municipio que queda a poco menos de una hora de Medellín. Tenía más de una hora para llegar a mi destino, pero ese día la suerte no estaba de mi lado y los frenos del carro empezaron a fallar a mitad de camino, motivo por el cual el conductor tuvo que reducir la marcha del carro a una velocidad mínima, lo cual me hizo llegar cerca de la 1:00 p.m. para abordar el vuelo de la 1:45.

Fui directo hacia la taquilla de Aerorepública y reclamé el pasabordo. La mujer que me atendió, me indicó: diríjase a la sala 11, en la mitad del pasillo. Confiada, después de haber viajado varias veces a Bogotá desde ese mismo aeropuerto le dije a @ABCamilo (Camilo Arango) que comiéramos algo porque era hora de almuerzo y aún contábamos con algunos minutos.

La sala 7

Posteriormente revisé mi pasabordo y noté que decía: Sala 7. Pensé que había escuchado que me habían dicho Sala 11, pero igual la evidencia estaba en mis manos, tal vez había oído mal y realmente era la 7, así que procedí a buscarla. Y en este momento empieza uno de los enredos más grandes que mi mente ha podido concebir en las más de dos décadas que llevo en este mundo mal comunicado.

Busqué en la "mitad del pasillo" donde se suponía que estaba la sala, y encontré la nomenclatura que indicaba claramente: Sala 2, así que mi cabeza acostumbrada a la lógica de un mundo ordenado, numérico y lógico, buscó la proximidad de las salas 3 o 1, que me indicarían hacia qué lado avanzar.
Pero no, avancé torpemente de un lado a otro durante varios minutos y después de muchos metros ví que no había otra entrada próxima, así que en la famosa entrada a la Sala 2, le pregunté a un vigilante en dónde era la sala 7. "¿Viaja por Aerorepública?" me preguntó observando el pasabordo en mi mano, y después de mi respuesta afirmativa, me indicó que fuera hasta el fondo del pasillo, de donde acababa de devolverme.

Y como a mí me enseñaron a seguir instrucciones, eso hice con exactitud. Pero los minutos pasaban y al final del pasillo sólo me encontré con el cartel que enunciaba la Sala 1. En algún momento llegué a pensar que tal vez había pasado sin ver el aviso de la Sala 7 ¿sería posible?


La sala 11

Como ya estaba en el final del pasillo me devolví, y al pasar por la taquilla de Aerorepública le pregunté a la persona que atendía, cuál era el lugar donde debía abordar y me respondió que era en la Sala 11 ¡Por Dios! qué falta de coordinación ¿será muy difícil imprimir el número de la sala correcta en el pasabordo?

Pero la cosa no termina aún. Después de que la empleada de Aerorepública me regañara y me indicara que corriera porque el avión ya me iba a dejar, me dijo que la susodicha sala, estaba ubicada, al final del pasillo, pero al lado contrario de donde venía.


En esta parte de la historia es importante contextualizar. Este aeropuerto es un amplio pasillo a lo largo del cual están ubicadas todas las salas de abordaje. Hagan cuentas: si hay 11 salas, y cada una en su parte exterior debe tener espacio suficiente para parquear un avión, digamos 30 o 40 metros, el corredor como mínimo debe medir más o menos medio kilómetro.

Venía yo corriendo entonces desde el extremo de la Sala 1 (con escala en la oficina de Aerorepública), en busca del otro extremo en donde me decían que estaba la Sala 11. Pues bien, antes de llegar al final encontré la sala 3, y confundida, le pregunté a un funcionario por mi destino y me indicó nuevamente que fuera hasta el final. Esta historia se repitió posteriormente con otro funcionario, y cuando llegué al famoso final sí había una sala 11, pero no tenía ninguna entrada porque el ingreso era por la Sala 3, pero esta era solo para vuelos internacionales.

Fue entonces, al final de todo el recorrido cuando un joven que hacía el aseo me indicó que a la Sala 11, podía entrar por la Sala 2. Si han podido seguir el hilo de este enredo, se habrán dado cuenta de que esa sala 2 fue la primera que encontré al comienzo de la historia, de donde el vigilante me envió al primer extremo del pasillo y donde se complicó toda esta historia.


Ya un poco asfixiada, corrí de nuevo en sentido contrario, hacia la Sala 2, mientras escuchaba en el altoparlante "Último llamado para abordar el vuelo...". Una vez allí, me encontré al vigilante que me había hecho enredar y de paso lo amenacé con quejarme de sus malas indicaciones si el avión me dejaba.

Pasé mi maleta por la maquinita aquella, vino el detector de metales, la respectiva requisa y a correr nuevamente, pero ahora con el portátil al hombro dándome golpes en la espalda. Otra vez, desde la Sala 2 hasta la Sala 11, pero en esta ocasión por dentro del pasillo de las salas de espera (línea naranja). En total, el recorrido torpe de un lado a otro, fue de más de un kilómetro.

Cuando ví de lejos el avión con el logo azul de Aerorepública, me volvió el alma al cuerpo. Pero se me volvió a salir en cuestión de segundos cuando llegué al punto y me dí cuenta de que el avión estaba arrancando ya y una azafata en la pista de aterrizaje portaba ya mi equipaje para hacerme la respectiva devolución. Si señores, el avión me dejó.


Epílogo: la continuación de la historia, de cómo logré llegar a Bogotá y cómo la queja se convirtió en otro mareo y de paso otro papeleo, da para completar la trilogía de desgracias. Así que se las compartiré en otro momento. Gracias por llegar al final de esta historia tan enredada (hasta para mí).

jueves, 23 de abril de 2009

Hoy también es el día de la tierra

Con algún grado de escepticismo, hace algunos meses estoy en Twitter, una especie de comunidad virtual que se construye a partir de publicaciones de 140 caracteres de extensión. En resumen, es algo así como un sitio en el cual lo único que uno puede hacer es tener amigos y publicar su mensaje de estado, y por medio de este comunicarse con los contactos. Sin embargo, tengo que decir que hace pocos días comprobé con sobradas razones que Twitter sí sirve, y mucho.

Un grupo de twitteros, a raíz de la publicación de este artículo titulado "Este Medellín que nos asfixia" empezamos a debatir sobre cómo motivar el cuidado del medio ambiente en la ciudad, sobre todo del aire.

Así que empezamos con una lluvia de ideas y terminamos plasmando algunas de ellas y abriendo el espacio para que la gente proponga otras en el blog www.MedellinSinContaminacion.org. Aún estamos en proceso de pulir algunos detalles, pero la invitación es abierta para que quienes quieran participar con fotos, artículos o ideas, lo haga de forma libre.

Por lo pronto, quiero compartirles este post que tiene como objetivo motivarnos a no desgastarnos en un día de la tierra al año, sino adquirir costumbres constantes que nos lleven a mejorar este mundo que tenemos ya tan herido.

jueves, 16 de abril de 2009

Amigo egresado

Esta tarde, sentada en la plazoleta Barrientos de la UdeA, me tomaba un granizado muy contenta, cuando empecé a recordar mis épocas de estudiante, especialmente en los primeros semestres.

Uno de estudiante es, lo que se llama popularmente, un completo "vaciado". Con unas ganas enormes de vivir, aprender, pasear, rumbear y pasar bueno y sólo los dos mil pesos del pasaje en el bolsillo, y muchas veces ni eso. Recordaba hoy que el pago de cada semestre me costaba 400 mil pesos y eso para mí era un problema gigante al inicio de cada período académico y que a veces tenía la ligereza de comerme un burrito en la entrada de Barranquilla y con eso ya descuadraba la plata de las fotocopias.

Pero el punto no es ese. Afortunadamente ya tengo en mi billetera un carné verde que me acredita como egresada de la Universidad de Antioquia, otro de docente de cátedra de la misma institución y unos pesos más que me permiten tomarme dos, tres y hasta veinte granizados, sin sentir el menor remordimiento.

El punto es que el estar en esta nueva amable posición, me hizo pensar que dentro del mismo campus hay otro montón de "primíparos" que aún están en la etapa difícil del asunto y que como mínimo agradecimiento con la institución, la sociedad y la vida, por permitirle a uno tener un cartón amarillo que dice "Universidad de Antioquia" y la mucha o poca solvencia económica que eso le represente, uno debería contribuirle a los muchachos de alguna forma.

¿Y entonces?

Estuve averiguando y me enteré de que en la UdeA hay un programa que se llama "Egresado Benefactor" en el que uno o varios egresados asumen el pago de la matrícula de uno o varios estudiantes que tengan la necesidad y el buen rendimiento académico. Así que se me ocurrió contarles, pensando que seguramente hay mucha más gente agradecida que se acuerda de lo difícil que es estar en esa posición.

Además, pensaba que saliéndonos del discurso de la U pública, en las universidades privadas hay muchas personas que también pasan las "duras y las maduras" y que seguramente quienes ya egresaron de estas instituciones también pueden encontrar programas como este para colaborarles a esos estudiantes que están "vaciados", como una vez lo estuvimos nosotros.

Ahí les dejo la inquietud.

Laura

sábado, 11 de abril de 2009

Mirarse...

Una vez estuve en un colegio femenino que no tenía espejos en los baños, según las directivas, para no incentivar la vanidad en las niñas. Sentí que de algún modo era un buen intento, pero también una afrenta contra el nunca bien ponderado espejo.

En mi casa solo hay un espejo y nadie lo compró, vino incorporado a uno de los baños y a pesar de lo limitante que pudiera resultar este evento, nunca nadie ha comprado otro en casi una década que llevamos viviendo en el mismo lugar.

A causa de ello, me puedo considerar una verdadera heroína de la vanidad. En vista de que el baño no es precisamente el lugar más disponible 24 horas en una casa, más aún si hablamos de las horas pico de la mañana, me ví en la necesidad de aprender a peinarme sin espejo, a veces incluso con plancha de ropa, antes de que comprara la del cabello. Lo mismo por las noches para desmaquillarme, porque para colmo el espejo, está ubicado en el baño privado de una alcoba.

Sin embargo, el punto de esta reflexión no es mi habilidad para acicalarme sin espejo.

Esta noche, mientras me desmaquillaba como siempre, sin el consabido adminículo y sabiendo que dejaba algunos residuos enormes de crema en mi rostro que después habrían de salir con agua y jabón, pensaba en los errores que cometemos en la vida cuando actuamos sin mirarnos.

Tal vez se trate de darle mucha trascendencia al espejo, pero más allá de eso, se la doy al significado de poder mirar hacia nosotros mismos en el momento en el que hacemos algo con nuestro cuerpo, con nuestra vida.

Nuestro tiempo es extremadamente veloz, los días pasan rápido y con ellos los años, y a veces en el afán de trabajar, estudiar y ahorrar dinero, se nos olvida cuáles fueron los objetivos que nos pusieron en semejante vacaloca y de repente estamos cansados, con un enorme dolor de espalda y ya se nos olvidó por qué.

Reflexiono sobre esto, porque siento que a menudo (más de lo que quisiera) me sucede esto, o lo alcanzo a ver en las personas que me rodean y que ya no tienen mucho tiempo para muchas cosas, pero van en una carrera en la que no están compitiendo con nadie. Y a veces hace falta detenerse y revisar para dónde es que va uno y si está yendo por el camino correcto. Lo grave es que hay cosas que no se solucionan con agua ni jabón, como el exceso de crema. He ahí la importancia de mirarse.

Laura

miércoles, 1 de abril de 2009

Sobre las TIC y la sopa

Juan Bernardo estudia Comunicaciones en la Universidad de Antioquia, proviene de la zona norte delpaís y es una persona única en toda su facultad porque cuenta con la especial característica de ser invidente.

Desde mi época de estudiante en la misma Facultad, pude ver muchas personas discapacitadas en diversos departamentos de la Universidad, pero nunca en la mía. En algún momento penséq ue no los admitían porque las comunicaciones requieren especial despliegue técnico que posiblemente no estarían algunas personas en capacidad de ejercer. Tal vez por eso me sorprendió mucho cuando me anunciaron que Juan sería estudiante mío en el curso de Taller de Medios I, que tiene como uno de sus ejes principales la creación de un sitio web.

Juan me inspiró a investigar sobre formas de enseñarle y de que él accediera al menos en parte a los mismos conocimientos que sus compañeros y por esta vía llegué a un evento sobre Accesibilidad web en una sede del Servicio Nacional de Aprendizaje SENA en Bogotá.

Una de las conferencias sobre accesibilidad, fue dictada por la persona encargada del plan de Articulación del programa Gobierno en Línea. Este personaje hablaba de cómo el gobierno nacional propende por la Accesibilidad Universal (ojo, Accesibilidad no es lo mismo que Acceso), para que personas con cualquier tipo de discapacidad o necesidad especial, puedan acceder democráticamente a los contenidos en la Red.

Una de las estrategias “maravillosas”que exponía como una forma de facilitarle la vida a las personas gracias aInternet, era la famosa PILA o Planilla Única, que ha obligado a miles de personas a tener un primer traumático encuentro con la Red.

Lo curioso, fue que esa misma noche en una reunión familiar, una tía docente de preescolar, me explicaba que sus colegas profesionales se veían superadas por la tecnología a la hora dehacer la PILA o resolver cualquier trámite por Internet.

Retomando un poco a Mafalda, mi filósofa de cabecera, pienso que en nuestra sociedad para un altísimo porcentaje de la población Internet es como la sopa para los niños.

Nuestros gobiernos, así como nuestros padres en la infancia, simplemente decidieron que la sopa o en este caso las TIC, eran por alguna razón buenos para nosotros. Unos y otros agotan dinero y explicaciones en uno y otro plato, una y otra estrategia para hacernos comprender que es esa y no otra cosa la que necesitamos. Pero ni unos ni otros logran nunca que aceptemos de buena gana que es así.

Como la sopa de la infancia muchas personas en Colombia toman aire y se aprietan la nariz para sentarse en el computador a hacer una tarea obligada, sacar un certificado de la Procuraduría o hacer la famosa PILA.

El error

A Pepito nunca el papá le pregunta ¿por qué no le gusta la sopa?, y a don Pepe el vendedor de frutas, nadiel e ha preguntado nunca ¿por qué le tiene pereza a Internet? ¿Cómo le gustaría aprender?

Tanto los gobiernos como los padres, han decidido qué es lo mejor y no involucran a sus hijos en las decisiones. Además, están seguros de que el argumento importante y definitivo es el que ellos tienen y que con eso les debe bastar a los demás. Pero así no debería ser la cosa.

Las personas tienen incertidumbres, dudas y temores frente a las TIC (y sí, también frente a la sopa) y nadie se las está resolviendo. La única respuesta es la voluntad de que todos estemos en la gran Red, de que todos estemos conectados y de que todost engamos que entender y adorar el loco y vertiginoso avance de las TIC. Así,muy difícil.

El gobierno puede ponerle el plato a la gente y enseñarle a comer, pero no pueden hacerle dar apetito y mucho menos gusto por la sopa.

¿Entonces qué hacer?

Desde mi humilde punto de vista, ha hecho falta preguntarle a la gente por sus temores, por sus deficiencias conceptuales y por sus necesidades antes de imponerle la herramienta como una panacea, y peor: como una panacea obligatoria.

De otro lado, si estamos pensando en las TIC como vehículo de desarrollo por la vía de su adopción y domesticación, deberíamos ponerlas en su lugar: como medios mas no como fines. Si nuestros gobiernos fueran coherentes y empezaran por el desarrollo individual (a escala Humana dirían Max Neef y Elizalde) no estaríamos ya en el camino de estrategias para que la gente aprenda a leer por Internet, porque tiene que asumir la Sociedad de la Información cuando aún no puede acceder ni a la información más básica.

Es necesario que nuestros gobiernos comiencen por entender que no todas las personas van a hacer el mismo uso de la Red y que es necesario que antes de verse obligadas a estar allí, entiendan cómo pueden aplicarla a sus propias vidas y no para tener la vida de los demás.

Es decir, no podemos esperar que una persona del campo busque en Internet lo mismo que buscamos nosotros y el verdadero logro no estaría en que sus dinámicas se asemejen a las de un ingeniero o un desarrollador, sino en que puedan apropiar o domesticar esa Red para las cosas que siempre hacen y en las que son verdaderos expertos.

Y Juan…

Volviendo a Juan, el inspirador de toda esta reflexión, sería muy ambicioso pedirle que trate de aproximarse al trabajo que hacen sus compañeros con herramientas de diseño web. Sin embargo, juntos descubrimos que él puede hacer mucho por sí solo por medio del código HTML y en ese proceso se encuentra.

Hay que reconocer, que es más difícil tomar a cada estudiante por su lado y según sus dificultades plantear estrategias específicas, pero eso es lo que tienen que hacer nuestros gobiernos: tomarse el trabajo de ver que los contextos y necesidades de las personas no son iguales, aunque el fin sea el mismo para todas.