sábado, 13 de febrero de 2010

Hueco entre el sofá y el televisor

Desde mis épocas de estudiante universitaria me he acostumbrado a escuchar críticas a la televisión, que si las novelas, que si la violencia y que si los "jóvenes de ahora" son "así" por culpa de lo que ven. No entraré a discutir sobre eso, primero porque es muy complejo y segundo, porque no es el enfoque que me interesa hoy.

Hablaré desde otro punto de vista de la televisión, de las cosas "positivas" que los medios cubren con lujo de detalle y hasta repetición, pero que nos encanta ver y no nos las perdemos ni por equivocación. Esas cosas que a pesar de ser "buenas noticias" no le han servido de nada a nuestros ciudadanos y no por culpa de el gobierno ni de los medios de comunicación, a los que ya es costumbre echarles la culpa de todo.

El caso Rentería

Recuerdo con claridad la época de mayor fama de Édgar Rentería, jugador colombiano de béisbol, un deporte que en mi país sólo hace parte de las costumbres de algunas poblaciones de la costa caribe, pero que en otras ciudades es muy poco popular.

Cuando este personaje comenzó con su brillante carrera deportiva en el exterior, todos los colombianos se convirtieron en fanáticos del barranquillero y por ende del béisbol. Comenzaron a entender el juego, sus reglas y estrategias y hasta los niños en diciembre le pidieron bates y pelotas al Niño Dios.

Sin embargo, pasados los años ya pocos se acuerdan de Rentería, uno de esos colombianos que según las frases ya manoseadas de los noticieros y de la gente por la calle "sacó la cara por el país" o "demostró que en Colombia no todo es droga y guerrilla". Él ya no hace parte de las conversaciones cotidianas de la gente, es más pregúntese usted, señor lector ¿qué sabe de la vida actual de Édgar Rentería?

Pero hoy no es mi intención defender la memoria de uno de tantos colombianos pasados de moda, ni criticar la agenda exclusivamente coyuntural de los medios de comunicación. Lo que quiero es que usted y yo nos preguntemos ¿han dejado en nosotros alguna impronta valiosa esos "colombianos destacados"?

Me adelanto a responder, la respuesta es no.

El mensaje que estas personas nos pueden dar se pierde y la inspiración que pueden representar para los colombianos se asume mediocremente. Niños, jóvenes y mayores de repente se ven motivados a convertirse en cantantes, deportistas, automovilistas, actores, etcétera, etcétera, etcétera. Pero no se les ocurre la brillante idea de tomar esta inspiración para ser mejores en lo que hacen diariamente, y por el contrario siguen perdiendo el tiempo pegados del televisor, viendo como otros triunfan.

Eso es lo único que hemos aprendido de las personas que se han esforzado por ser las mejores, algunas de ellas incluso con la fortaleza y digámoslo, también la suerte para salir de la miseria y la inequidad propias de este país.

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Es gracioso. Cuando son cosas negativas las que presentan en televisión, se dice que los jóvenes las aprenden y además las interiorizan. Cuando son cosas positivas ¿la ecuación funciona al revés? No, personalmente opino que no, lo que nos falta es análisis y un poquitico más de trascendencia para cada cosa que vemos en la cajita mágica, comportarnos como seres humanos, seres pensantes y no como un hueco entre el sofá y el televisor.

lunes, 8 de febrero de 2010

Insensatez

Hace una semana escribía maravillada sobre La esquina del movimiento, montaje dirigido por Róbinson Posada que se presenta por estos días en la ciudad de Medellín y hablaba de la manera tan digna y poética como presentan las problemáticas sociales que esta ciudad ha padecido durante varias décadas. Tal vez por este contraste, esta semana sentí tristeza al encontrarme con el lanzamiento de una nueva versión de "Rosario tijeras" en el canal RCN, que ya nos tiene acostumbrados a sus versiones morbosas de nuestra realidad.

Sin embargo, lo más ofensivo para mí no fue la novela de por sí, sino ver cómo dentro de la dinámica de lanzamiento la presentadora de farándula Cristina Hurtado, que para más señas también es paisa, presentaba desde el barrio Manrique a los protagonistas de dicha producción, en medio de un remolino de curiosos de la misma comunidad.

Si bien es cierto que la historia de Rosario Tijeras requiere una locación como este barrio para ser lo más fiel que se pueda a la realidad y que los habitantes de Medellín ya estamos acostumbrados a que se divulgue este tipo de imágenes de esta ciudad, me resulta absolutamente ofensivo e irrespetuoso que se realice tal revuelo a un lanzamiento de esta clase en una comunidad que no solo no se ha sanado de las heridas del conflicto, sino que justo en este momento lo padece tal vez con el mismo dolor que hace unos años.

Queda demostrado para mí que RCN no es sólo un canal irresponsable con los productos televisivos que ofrece, sino que además ignora el dolor de una realidad que desafortunadamente no podemos decir que hace parte del pasado.

Y con todo y lo que me duele semejante falta de respeto por el dolor de una ciudad y más que eso, de una comunidad, me duele más saber que las mismas personas que por las noches escuchan las ráfagas de bala que retumban a pocos metros de sus casas, estarán fielmente conectados a esta telenovela que no les aporta en lo absoluto, pero que sí ayuda a perpetuar ese morbo que desgraciadamente, es morbo de nuestro propio dolor.

Bien reza el slogan de este irresponsable canal "Nuestra tele" y con lástima tengo que reconocer que parece que esa sí es "la tele" de los habitantes de este país sin memoria, sin tripas y sin corazón.

jueves, 4 de febrero de 2010

La esquina del movimiento: salsa agridulce

No me gusta el teatro basado en recrear las costumbres y lenguajes de algún grupo social (¿costumbrista?), porque me parece que ese hablado de chico de barrio popular o de arriero paisa lo puede imitar cualquiera, hasta yo, que soy de Bogotá. Además, por lo general estas obras se bastan con el humor estruendoso de estos acentos que recrean, sin tener un argumento sólido de base.

Tal vez por eso iba un poco prevenida a la función de "El parcero del popular Nro. 8, en la Esquina del Movimiento" y como lo suponía, comenzó así: un grupo de muchachos recreando las vestimentas y el hablado típico de los chirretes (como se llamaba a muchachos de los barrios populares de Medellín en los ochenta). Sin embargo, este montaje fue más allá, muchísimo más allá.

Conjugando luces y escenografía, con la representación del grupo de jóvenes y las intervenciones de El Parcero como narrador central, se desenvolvía una historia absolutamente diferente a la sicaresca a la que nos tienen acostumbrados los poco creativos directores que han narrado la violencia de Medellín. Combinando elementos fundamentales de un barrio popular, como la religión, el fútbol, la droga, la música, la violencia, la vida y la muerte, este montaje cuenta una historia igual a todas, pero parecida a ninguna.

Es un cuento de muchos barrios de Medellín, de su pobreza y de su unidad. Un cuento en el que un grupo de muchachos decide montar una banda, pero no de ladrones ni de sicarios, sino de música y cual otra mejor, sino la salsa.

Es un poema sobre Medellín, el poema más hermoso que he escuchado, porque es el primero que no miente sobre las falencias de esta ciudad, sino que a la vez que narra nuestros males más tristes, nos demuestra que estamos en una ciudad maravillosa y muy humana que aún tiene esperanza, pero no la esperanza que venden los políticos a cambio de un plato de sancocho, sino la que habita en cada uno de los medellinenses aunque no sepan que en ellos están las soluciones.

Este montaje es además una fiesta, en el momento en que llegó a su clímax y yo sentí que se me empezaban a llenar los ojos de lágrimas de emoción, pensé "solo falta que la gente se pare a bailar" y bueno... eso fue, con exactitud, lo que sucedió.

Sólo me queda invitar a la gente que está en Medellín a que vaya a ver esta obra, que como su mismo director Róbinson Posada reconoce "no tiene pretensiones actorales ni musicales" pero que francamente estremece el corazón.