lunes, 30 de marzo de 2009

Pereza y pobreza

Como cualquier mortal sin conocimiento sobre el tema, hasta hace poco tenía una percepción diferente del Banco Interamericano de Desarrollo - BID. Sin embargo, como a diario muchas puertas se abren y más aún cuando estamos en la Red, tuve la fortuna de conocer una política del BID que primero me dejó atónita, y segundo me explicó la razón por la que gente de todo el continente se reunió para hacerle contraparte a la Asamblea Número 50 de la organización que se lleva a cabo por estos días en Medellín.

Resulta que según pude leer en un documento del uruguayo Eduardo Gudinas, el BID piensa que el subdesarrollo está ligado a la riqueza en recursos naturales y es por eso que los países tropicales como Colombia son los más propensos a la pobreza y sobre todo a la desigualdad.

Para hacer esta afirmación, dicho organismo tiene como principales argumentos el hecho de que la acumulación de tierras por parte de pocas manos propicia la desigualdad, esto sumado a que las personas que trabajan la tierra normalmente no tienen acceso a la educación, por lo que se genera un estancamiento que por generaciones mantiene a estas personas al servicio de otras con mucho más poder y dinero que ellas, estancando así el desarrollo y perpetuando la desigualdad.

Sin embargo, "la mejor de todas" es el hecho de afirmar que la riqueza en recursos que siempre tiene la gente del trópico a mano, los ha hecho perezosos para el trabajo por la facilidad de suplir sus necesidades básicas sin gran esfuerzo, y por eso históricamente la gente que vive en torno al trópico se ha caracterizado por ser pobre y perezosa.

Estos argumentos me dejaron helada, porque de hecho si ustedes los miran con lupa, podrán ver que ninguno de ellos es completamente descabellado, por el contrario, son perfectamente lógicos y uno diría que sí, que por eso somos pobres.

Sin embargo, considero que no es este el tipo de razones en las cuales se pueden basar políticas internacionales, porque son limitantes y excluyentes, ya que parten del hecho de que a los latinos nos tocó en suerte nacer en este territorio y por eso nos debemos adaptar a la pobreza (que de hecho mucha gente vive adaptada).

Sin embargo, ya mirando la cuestión desde un punto de vista más local y crítico, es necesario reconocer que hay poblaciones de nuestro país que cumplen con estas características: bajos niveles de educación entre las personas que trabajan el campo, y sí, también pereza.

El punto es ¿nuestra pobreza y desigualdad se debe sólo a eso? ¿es ese un argumento que deba anteponerse ante las políticas que promueven el desarrollo?

Yo respondería que NO a ambos cuestionamientos, porque la historia de un país como el nuestro no sólo está determinada por estas características. Sin embargo pienso que de tenerlas en cuenta no es para partir de ellas como una limitante, sino como un saber previo que nos permite saber qué es lo que de entrada debe ser combatido por nuestras políticas nacionales.

Así, con tanta claridad sobre las limitaciones culturales que poseemos, hace rato debimos haber descentralizado las oportunidades de educación y en general de desarrollo para llegar a estas zonas que como ya tenemos claro, son el nicho del analfabetismo, por ende la pobreza y por ende, la violencia.

La pregunta fundamental es ¿somos sujetos capaces de cambiar la realidad o somos objetos de la pobreza? la respuesta del BID parece ser clara, falta que nosotros definamos la nuestra.

Laura Camila Caro

sábado, 28 de marzo de 2009

Mi propia desgracia burocrática

Hace poco Melpómene publicó en ANTITODO su desgracia burocrática: porque perder los papeles a poco de empezar a trabajar con una entidad del Estado, no puede ser otra cosa que una desgracia.

Tengo que decir, que su escrito me inspiró a contar el mío propio, que me llevará a recibir grados como Especialista antes que como Tecnóloga. Más que ridículo.

La historia

Sucede que hace algunos años era yo una feliz estudiante de Comunicación Social y Tecnología en Diseño Gráfico. Un bonito diciembre recibí mi grado como Comunicadora Social - Periodista y pocos meses después entregué mi trabajo de grado de la tecnología con miras a graduarme.

Una vez superada la mayor prueba de cualquier carrera, el susudicho trabajo, continuaba una prueba en teoría más simple, pero en la práctica la más complicada de la vida entera: el examen de inglés.

Voy a la oficina encargada de tal prueba y me sorprende lo arcaico de la inscripción para la misma: "señorita, debe escribir una carta informando que posee usted el conocimiento del idioma y que por eso en lugar del curso ha decidido presentar el examen". ¿Una carta? ¿no es más fácil generar un formato de los inscritos?

Pero bueno, no hay problema, yo hago la carta ¿dónde debo entregarla? La respuesta me dejó aún más sorprendida. Debía dejar la carta en portería, para que el portero le diera un número de radicado y luego la llevara a la oficina de extensión. Y así lo hice.

El día del examen


Llego yo el sábado del examen y me encuentro con que hay que esperar a que el profesor llame uno a uno a los estudiantes inscritos, los ubique en un puesto donde no pueda hacer fraude y les entregue la prueba. Al llegar el caballero al final de la lista, encuentro que al igual que otro joven ¡no aparezco en ella! Pensé: yo si desconfiaba de la dichosa cartica.

Pues bien, diríjase a la oficina a ver qué se le puede solucionar. Voy al lugar y lo primero es un regaño: "se les ha advertido que deben enviar la carta con tiempo, entonces no pueden presentar el examen". Ante la explicación pertinente, de haber entregado la carta con la antelación suficiente, la secretaria nos dirige al jefe de extensión, quien debe decidir qué hacer con nosotros.

Como se aproximaba el cierre para la fecha de grados, la fila era bastante extensa y el tiempo del examen corría.

Mientras pasaban los minutos, nos enteramos de que nuestras cartas no llegaron ¡porque llovió y los porteros no las mandaron desde la portería! Inverosímil ¿no? he ahí la falla del sistema de la carta.

Ya llevábamos casi una hora perdida del examen cuando nos atiende por fin el jefe de extensión, le contamos el caso y él soluciona el problema: una llamada al celular del profesor que estaba cuidando la prueba y simplemente "hermano, deje presentar la prueba a estos dos muchachos" y se acabó el problema. Más ridículo aún después de tanto lío, que la solución fuera tan simple.

Volviendo al examen, ya había perdido una valiosa hora de 3 que eran, y debía presentar en este lapso la suficiencia de 4 niveles de inglés ¿cuan difícil puede ser? pensé, así que decidí tomar la prueba aunque luego la tuviera que repetir.

Los resultados

Esa misma semana fui a buscar mis resultados y la respuesta me dejó helada: "ha ganado los dos primeros niveles, pero perdió el 3 y el 4". Le expliqué a la secretaria que había perdido una hora del examen y que quería presentarlo de nuevo, pero la opción se me negó.

Según ella, yo debía saber que solo tenía una oportunidad de presentar el examen de suficiencia porque decía tanto en el reglamento del Tecnológico como en la cartelera de la oficina. Pues bien, nunca me fue entregado el tal reglamento y lo que había en la cartelera era una hoja tamaño oficio en letra negra y tamaño hormiga, con la reglamentación completa ¿cómo se suponía que lo supiera?

Duré semanas tratando de encontrar al jefe de extensión para explicarle mi caso y pedirle ayuda, cuando finalmente lo contacté me dijo que haría lo posible por mí y en una semana ya tenía autorización para presentar nuevamente el examen. Por lo visto este señor revestía todo el poder de la institución, era un problema encontrarlo pero todo lo resolvía con un chasquear de dedos.

El examen se programa una vez al mes, así que esperé las semanas que eran necesarias, pero cuando fui a inscribirme nuevamente, la respuesta fue ¡el jefe de extensión renunció!

Así que he perdido la oportunidad y mi única salida es hacer los dos niveles que me faltaban, cada uno por un valor de 80 mil pesos (unos 30 dólares) y lo peor: cada uno con una duración de un semestre.

En suma: debo esperar a que empiece el próximo semestre y después un año entero estudiando temas de inglés que ya domino para graduarme, con suerte, en un año y medio.

Según este pronóstico, lo más probable es que obtenga antes mi título de Especialista en Periodismo Electrónico, por el que ya estoy terminando materias y trabajo de grado; que el de Tecnóloga en diseño gráfico, a pesar de que se supone que hace meses terminé lo más difícil: el trabajo de grado.

martes, 17 de marzo de 2009

¿Qué pasó con Ángel María?

Cualquier día llegó a mi casa una funcionaria de la Alcaldía en compañía de Ángel María, un personaje de bigote gris poblado, de apariencia muy humilde, pero en suma un bonachón y sencillo señor. Venían a informarme que él pasaría dos veces a la semana en la mañana a recoger el reciclaje de la casa, para separarlo organizadamente.

Si bien no supe de nadie más a quien le recogieran el reciclaje en la puerta, tengo que decir que don Ángel María venía siempre con su uniforme verde impecable y se comportaba como todo un caballero.

Curiosamente, aunque nunca había sido juiciosa para organizar el reciclaje a partir de la visita de este señor empecé a hacerlo con mucho esmero: lavaba las bolsas plásticas, los tarros, las latas y las empacaba aparte, al punto de tener más reciclaje que basura.

Aunque sí me pregunté por el destino de los recicladores que siempre veía por el barrio, pensé que la de Ángel María era una buena labor, además en su apariencia y la de su esposa, quien le colaboraba afuera separando la basura, se veía la humildad. Al fin de cuentas: una oportunidad de trabajo organizada, legal y enfocada hacia personas que la necesitaban.

Además, me pareció bastante efectivo que el hecho de que una persona fuera hasta la puerta de mi casa por los materiales reutilizables, me motivara a separarlos y organizarlos. Era como una especie de mezcla entre la vergüenza por que alguien se diera cuenta de mi irresponsabilidad con el planeta y un esfuerzo por la dignidad de alguien que trabaja escarbando entre mi desordenada basura.

¡Es la solución para motivar a la gente a que recicle! pensé.

Sin embargo, seguí viendo por ahí a los recicladores de siempre, lo que me hace pensar que la Alcaldía no se molestó en organizar a estas personas, sino que empleó a otras. Sólo una suposición.

El punto es que cierto día escuché que Ángel María y el portero de la urbanización hablaban de que alguien estaba sacando el reciclaje del cuarto de basuras, por lo que él encontraba cada vez menos material allí. Esto me preocupó un poco y me dije que no volvería a sacar el reciclaje al cuarto sino que se lo entregaría personalmente a él.

Aún así, hace tres semanas estuve en Bogotá y cuando regresé no había seña de Ángel María, pasan los días ¡y nada!

Parece que en nuestra ciudad más vale la informalidad aunque se planteen otras estrategias. Desconozco cualquier política de la Alcaldía al respecto, pero en este caso me gustaba ese trabajo organizado que además dignificaba la labor del tan pordebajeado reciclador y me motivaba a separar los materiales reutilizables.

Epílogo: no separo mis basuras hace dos semanas.

Laura

lunes, 16 de marzo de 2009

¿Espacios libres de humo?

Salía de la sala de urgencias de Comfenalco del Hospital Pablo Tobón Uribe, en donde me encontraba a causa de una deficiencia respiratoria. Desilusionada porque después de casi una hora de esperar para que atendieran mi "urgencia", aún no lograba pasar ni siquiera por el médico clasificador, me senté a tomar aire en una banca ubicada en un pasillo exterior del Hospital.

De repente, en medio de la rabia por la mala atención, sentí un olor bastante familiar: el de un cigarrillo encendido. Furiosa, y reconozco que algo alterada, al ver a la oronda fumadora ubicada no solo en un lugar bajo techo, de los prohibidos por la ley, sino en un hospital justo junto a la entrada de urgencias le recordé que la ley le prohibía fumar allí y ofendida me retó a llamar a la policía: lo que en efecto hice.

Llamé al 123 y le dije al policía que me contestó que había una persona fumando en un centro hospitalario y que tenía entendido que la policía podía tomar cartas en este asunto, a lo que él me respondió que no podía hacer nada, porque cuando llegaran ya se le habría acabado el cigarrillo ¡por Dios! ¡este hombre tenía razón! entonces me invitó a notificarle al guarda correspondiente de la situación.

En efecto, me dirigí al guarda quien me dijo que el Hospital a él sólo le exigía evitar que la gente fumara de la puerta principal hacia adentro. Aún así le expliqué que la ley cubría cualquier lugar bajo techo y más aún en ese caso cuando ese techo estaba en el sector de atención a urgencias de un hospital.

Sin embargo, la respuesta fue la misma: nada puedo hacer.

Esta situación me pone a pensar en las normas que se tiene que inventar el mundo para una sociedad como la nuestra, también pensando en el post anterior sobre las normas policivas que "nos protegen".

Y a pesar de que era hasta hace unas horas entusiasta de la dichosa ley de "los espacios libres de humo", ahora no puedo evitar pensar que esta sociedad no está hecha para esas normas que promueven el respeto por el otro. Y cuando digo respeto, me refiero al que no me fumen en la cara, pero también a la libertad de que quien quiera fume lo que quiera, siempre que no toque a los demás.

No sé con quién indignarme: si con el personal de la EPS que no me atendió aunque se podían dar cuenta de que no podía respirar, con la señora que fumaba frente a la entrada de urgencias o con los guardas que decidieron que de todas formas no podían hacer nada.

Sólo puedo concluir que aunque los colombianos presumimos de ser cálidos y hospitalarios, estamos enfrentados a la ley de la selva en la que estamos tan ocupados por sobrevivir con nuestras propias necesidades y hábitos que muchas veces se nos pasa por alto pensar en la persona que está sentada al lado ¿cómo los voy a juzgar?

Más vale la seguridad que la policía

Muere hace pocos días un estudiante asesinado en la Universidad de Antioquia y mi madre angustiada alega que en el campus la seguridad es un chiste "de qué sirve que les requisen a todos la maleta a la entrada, con lo fácil que es pasar un arma por encima de una reja".

Esta mañana antes de las 6 a.m. tuve que ingresar al campus por otra puerta, tuve que dar más vueltas y mostrar carné y cédula para poder entrar. Sin embargo, estando adentro aún a oscuras la sensación era diferente a todas las otras ocasiones que había estado allí: ya no me sentía segura.

En Bogotá, alguna vez saliendo de la Universidad de la Salle olvidé hacer firmar la autorización de entrada, y a pesar de que caía un torrencial aguacero, la recepcionista me obligó a devolverme hasta el bloque en donde había estado a hacer firmar y sellar el famoso papelito, claro, por seguridad. Resultado: emparamada yo, emparamado el papelito (intencionalmente) y por ende emparamado el escritorio de la recepcionista :P

Constantemente, Bancolombia repite en la radio que cambiemos la clave, y ahora El Colombiano promueve la seguridad en las contraseñas con este artículo.

Personalmente, tengo que reconocer que no me esmero mucho en tener contraseñas seguras o modificarlas con frecuencia: más grave me parece no acordarme después y que ni yo ni el hacker podamos entrar a usar algún sitio.

Sin embargo, todo este asunto en lo que me pone a pensar es en la paranoia tan desesperada y desesperante en la que vivimos, prevenidos del taxi que cogemos, la persona que está detrás en la fila del banco, el tipo que está en la esquina cuando abrimos la puerta de la casa y la persona que se nos arrima cuando salimos del supermercado.

Lo más paradójico de todo, es que esa paranoia de nada sirve cuando más adelante van los ladrones que el policía, los hackers que el ingeniero y cuando se pueden seguir metiendo armas por encima de las rejas.

No sé en qué momento nos cansaremos de los gases pimienta, las veinte mil claves alfanuméricas y de la paranoia tan grosera que ya tenemos. Igual seguirá pasando lo que tiene que pasar porque ante el crimen somos reactivos y no proactivos, como escuché decir alguna vez a Carlos Gaviria.

Y es que ser proactivos no es tener a mano todas las herramientas de protección, sino crear una sociedad más respetuosa, más solidaria y más justa, en donde no haya necesidad de tanta policía, ante la existencia de la verdadera seguridad. "Soñemos".

sábado, 14 de marzo de 2009

Desazón personal

Me hiere la sociedad del "conocimiento".

Hace unos años cuando cursaba uno de los primeros semestres en la Universidad de Antioquia, recuerdo haber escrito una reflexión en donde decía que la Red podía ser tan buena o tan mala como el uso que le diéramos los seres humanos, y que en su calidad de herramienta creada por el hombre podía servir para cualquier fin que este le diera.

Los últimos días me han ayudado a comprobar cuán válida era esa tesis, porque varias personas se han encargado de demostrarme que con la sociedad del "conocimiento" aparecieron también la envidia del "conocimiento", la mezquindad del "conocimiento" y el interés por el "conocimiento", entre otros bajos instintos muy cultos.

Tanto que me he interesado en el discurso de trasladar todas nuestras dinámicas a la Red y qué ironía, las que se me han trasladado de la manera difícil en las últimas semanas.

Escribo este post a manera de desahogo, pero también sé que muchos se van a identificar conmigo, porque no escribo esto como una víctima de ningún tirano de la Red, sino como una persona que está harta de que la gente no pierda oportunidad para sacarle el jugo al conocimiento "abierto y colaborativo" a la "gestión del conocimiento" y a la "cultura libre" para aprovecharse de la gente de la manera más descarada y posteriormente dejar su nombre por el suelo.

También lo escribo, porque estoy cansada de que me digan que "así es el mundo" y que me vaya acostumbrando. Porque precisamente me niego a acostumbrarme a que se aprovechen de lo que sé y de lo que sé hacer, a se tergiverse la información en mi contra o en la de otras personas y a que se ponga mi trabajo por el piso justo después de explotarlo. Y no me acostumbro porque si lo hago, estaré actuando igual de mal.

Cansada y profundamente decepcionada,

Laura

viernes, 13 de marzo de 2009

El dolor es como el topo... y Medellín está llena de dolor

Estos dos últimos días me han generado una serie de sensaciones encontradas que van desde el asombro y la indignación, hasta el físico miedo. A continuación, un recorrido por nuestra situación de orden público vista solo por mis ojos, que lógica y afortunadamente no pueden alcanzar a contemplar toda la realidad.

Primera escena. Miércoles 11 de marzo, 9 p.m.
Salía a pie del Hospital Pablo Tobón Uribe, con el fin de dirigirme a mi casa de este modo, cuando en toda la entrada peatonal principal del hospital me sorprende un policía con la angustia reflejada en su rostro y el arma en su mano, en posición de alerta.

En su radio teléfono se escuchaba claramente la orden "rodeen toda la cuadra" mientras él recorría con su mirada todo el sector, tratando de encontrar seguramente a algún herido que se acababa de escabullir. Con el pasar de los minutos pude ver cómo un carro salía a gran velocidad del hospital y otra patrulla subía rápidamente. El rostro de la gente era una mezcla entre asombro y temor.

Segunda escena. Jueves 12 de marzo, 1 p.m.
Con los estudiantes de primer semestre tenemos la costumbre de hacer un análisis de las problemáticas de su comunidad al iniciar el semestre, en esta oortunidad el tema de la inseguridad fue recurrente, pero me llamó la atención un caso en especial:

Marcela* afirma que los grupos armados están empezando a bajar a su barrio, que hasta hace poco era seguro, un barrio habitado por ancianos en donde hace mucho no se presentaban problemas de pandillas. Cuenta que nadie creía en las amenazas, pero que en los últimos días ya han sido asesinadas 4 personas únicamente en ese sector.


Tercera escena. Jueves 12 de marzo, 6:20 p.m.

Es asesinado en el campus de la Universidad de Antioquia el ex estudiante de derecho Jose Andrés Isaza Velásquez. El hecho ocurre una semana después de que varios integrantes de la comunidad académica recibieran amenazas proferidas por grupos de autodefensa al interior de la universidad.

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Tal carga de violencia en dos días ante mis ojos (insisto, esto es sólo lo que yo alcanzo a percibir) no se debió a ninguna casualidad, desafortunadamente este es el paisaje de Medellín en estos momentos, aunque diferentes sectores de la sociedad se nieguen a reconocerlo.

12 años llevo en esta ciudad y tengo que decir que nunca había presenciado semejante despliegue de violencia, porque tuve la fortuna de llegar en un momento en el que la situación ya estaba empezando a mejorar. Pero tristemente hoy tengo que verla con otra cara.

Es una lástima tener que reconocer que Medellín carga con una historia dolorosa y con gente que vive con esta historia a sus espaldas. Es un decir común, eso de que en Medellín hubo alguien que murió violentamente en cada familia, y eso más que una estadística dolorosa, es una dura realidad de la idiosincrasia de este pueblo que desafortunadamente no ha recibido reparación.

Y digo idiosincrasia, porque es algo que se cala en el sentir de la gente, en el dolor colectivo, en la visión del presente y el futuro, en el cuestionamiento que viene de la ausencia de respuestas satisfactorias a tantas preguntas, en las semillas de venganza que han ido creciendo y que hoy parecen florecer.

El dolor es como el topo, si se le tapa el hueco por el que estaba saliendo, abre hueco por otra parte y termina saliendo y Medellín es una ciudad que no ha podido elaborar el duelo de todos sus muertos, porque nadie le ha dado la oportunidad, así es como el dolor aflora una y otra vez por distintas rendijas, que cada vez se hacen mayores.

*Nombre modificado

domingo, 8 de marzo de 2009

Mis deseos para el día de la mujer

Paradójicamente en este momento me siento mucho más agotada que otros domingos en teoría menos especiales, y en medio de mis cavilaciones sobre el día de la mujer sólo se me ocurre pensar cómo hubiera sido mi vida si hubiera nacido en otra época.

Tal vez si hubiera nacido hace un siglo, no hubiera tenido la opción de estudiar para ser profesional, pero al menos hubiera tenido un solo oficio y un solo horario: el de ama de casa. Así no tendría que salir con urgencia a apagarle los incendios a todos los clientes.

Tal vez, si mis padres no me hubieran dejado elegir a mi pareja, hubiera querido ser monja, negándome entonces a muchos placeres de la vida, pero al menos tendría garantizadas las horas de sueño fijas diarias.

Seguramente no tendría el derecho de usar faldas cortas, pantalones apretados ni escotes, pero tampoco estaría obligada a luchar contra la comida para tratar de mantenerme delgada, ni pelear contra el paso de los años en mi cuerpo.

Sin embargo, lo que tengo no está tan mal, ahorro maltratos y obligaciones no solicitadas a cambio de un horario triple de trabajo, una carga de complejos ridícula y cuatro horas de sueño diarias.

Reivindico mis derechos y decido que aún no quiero casarme ni tener hijos, pero igual tengo que mantener las uñas y las manos impecables aunque tenga que lavar los platos varias veces al día.

Así, no me sirve el día de la mujer, no me interesa. Porque en lugar de reducir cargas para mí han aumentado, avanzando por el mismo camino de todas las que elegimos ser mujeres modernas, tener objetivos y logros, pero también mucho cansancio y unas grandes ojeras.

Ojalá muchos hombres hubieran tomado con nosotras la decisión de avanzar, pero no, y lo único que hemos logrado es tener la carga vieja sumada a la carga nueva ¡y lo peor es que a algunas todavía les pegan!

Si pudiera decirles que quiero de regalo de día de la mujer, lo haría: deseo levantarme por esta semana siendo hombre para poder encontrar al amanecer mi ropa planchada y limpia para salir a trabajar, mi desayuno caliente sobre la mesa, y salir a la calle sin pensar si el maquillaje que llevo está impecable.

Me encantaría salir a la calle sin pensar en los asquerosos piropos groseros ni en los incómodos zapatos que debo soportar todo el día, y llegar por la noche a recostarme a ver fútbol mientras una mano fantasma pone la comida junto a mí.

No quiero generalizar, pero esta es la vida que me toca a mí, y al menos para mí (y sé que para muchas otras) ese sería el mejor regalo.

Todo esto, no lo digo a modo de queja, sino de invitación: señores machos, antes de regalar una grosera rosa, aprovechen este día para reflexionar sobre nosotras y sobre lo que hacemos por ustedes.

Cansada,

Laura Camila Caro Salcedo