miércoles, 24 de marzo de 2010

Cabeza y oídos. Piel y corazón

Las personas de mi país acostumbran a decir que nuestra situación no mejora porque "los políticos se roban la plata", porque "hay mucha inseguridad" o porque "hay mucha ignorancia". Sin embargo otra posibilidad me cayó hoy como un balde de agua fría aunque ya la hubiese considerado: constaté que uno de los más grandes problemas de esta patria boba, es que millones de colombianos actúan guiados la mayoría de las veces por el corazón y la piel, y muy pocas por el oído y la razón.

No escuchan, por eso un argumento pierde automáticamente valor cuando lo expone una persona de ideología opuesta. Si no están de acuerdo con un candidato por su inclinación de izquierda o derecha, o porque alguna vez en su vida protagonizó una situación bochornosa, inmediatamente todo lo que diga o piense pierde valor y los escuchas se convierten en una suerte de Homero Simpson que solo perciben un lejano "bla bla bla" de lo que dice su interlocutor. Por eso se pierden valiosas tesis o graves denuncias, peligrosamente ignoradas a causa del origen de la información.

No reflexionan, votan por el candidato más bonito, o por el que tiene la publicidad más conmovedora aunque las propuestas sean absurdas. Votan por alternativas muy costosas en dinero y en vidas humanas, porque representa la respuesta más simple y más a corto plazo aunque su precio sea altísimo.

En cambio, se dejan llevar por el corazón, por la rabia y el miedo, por la sed de venganza y las noticias amarillistas que conmueven ese espíritu humano solidario que llevamos todos adentro. Un espíritu solidario pero poco razonable, que espera solucionar la pobreza con subsidios, donaciones o limosnas muy piadosas; que espera resolver la violencia con más violencia "porque se lo merecen" y "hay que hacer justicia". Un corazón sin reflexión que no permite ver que al cabo de los meses solo recogemos más y más pobreza y violencia.

Y por la piel, que se les eriza cuando escuchan a Shakira y a Juanes, cuando ven a Ingrid Betancur bajando de un avión en una escena muy bien ambientada por el himno nacional. Se derriten con una imagen de un candidato presidencial acompañado de sus hijos y lloran cuando ve a un personaje famoso o político entre las ruinas de una tragedia. Lo peor del caso, es que cuando no sucumben ni se dejan gobernar por la emotividad natural de todo ser humano, son tildados de frívolos y egoístas.

No votan, porque ya decidieron que todos los políticos son corruptos y que igual nos van a robar ¿entonces para qué votar? Y no se les ocurre que si todos conociéramos nuestro papel en la sociedad, les sería menos fácil robar. Pero no, es más fácil no leer, no entender las noticias (aunque las vean) y luego quejarse.

Por pensar con la piel y no con la cabeza, es que siguen creyendo que los actores violentos (que bien pueden ser guerrilla o paramilitares, todo depende de si el susodicho es de izquierda o derecha) merecen ser asesinados uno a uno y sin piedad al igual que sus víctimas. No se les ocurre que mientras siga habiendo muertes violentas, vengan los muertos de donde vengan, habrá personas con odio y sed de venganza, y por ende más violencia.

Sí, Colombia es el país del Sagrado Corazón, el de Colombia es Pasión, el país en donde no cuestionamos sino que nos dejamos llevar por el sentimiento, por el supuesto enorme corazón que tenemos. Por eso los políticos y los medios nos engañan con un discurso, con la declamación de un poema (increíble, eso aún convence) o con la adecuada musicalización de una escena patética; porque saben que en nosotros pesan más las cosquillitas que se sienten en el estómago, el veloz latido del corazón o la piel estremecida que un argumento sólido y contundente.

Los colombianos aún piensan que el ejército y la policía son héroes y no ven que los héroes podríamos ser cada uno de nosotros porque podríamos ver a través de las cosas si nos pusiéramos en el trabajo de comprenderlas; porque podríamos cambiar el rumbo de los acontecimientos si nos esforzáramos por guiarnos un poco más con la cabeza y menos con el corazón y la piel.

Superponer la conciencia a la emotividad no es tarea fácil, pero no depende exclusivamente de haber pasado por una universidad. Ser conciente, usar la cabeza, no tiene que ver solamente con inteligencia, formación académica o dinero, tiene que ver con la voluntad de entender el mundo, asumir una posición crítica y una responsabilidad propia por las cosas que pasan a nuestro alrededor. Tiene que ver con pensar que no basta con tener la conciencia tranquila por un momento, sino sentirse partícipe de lo que pase con el mundo en un futuro.

Estimado lector, es preferible tener la "conciencia activa" que la "conciencia tranquila" porque tener "un buen corazón" o "un alma piadosa" es una alternativa muy fácil, muy mediocre y si lo piensa bien, muy egoísta: porque usted se irá al cielo, mientras otros colombianos viven en el infierno.

jueves, 11 de marzo de 2010

Fajardo: del castigo pedagógico al abuso de poder

Alguien me escupe, yo lo denuncio y la justicia le da 7 años de cárcel. Es la justicia, quien decide. No fui yo.

Una forma muy simplista la que escogió Sergio Fajardo para resolver un asunto, diría yo, más aún cuando estamos hablando de un candidato presidencial cuya insignia en la alcaldía de Medellín fue la educación y que promueve lo mismo en su candidatura a la presidencia. Una persona que presume de su carrera como maestro pero que ante un suceso de estas características, no admite la educación como una solución.

Un escupitajo, un zapatazo o un vaso de agua, cualquiera de estas expresiones, ya usadas con anterioridad en ámbitos políticos para manifestar desacuerdo, son ofensivas y sin duda alguna, agresivas. Sin embargo, dudo mucho de que sean merecedoras de una condena en la cárcel y dudo aún más de que estas personas no puedan tener otra forma de asumir la responsabilidad por tales actos.

Segio Fajardo, como cualquier otro candidato a la presidencia de Colombia, se enfrentaría como primer mandatario a una situación en la cual un escupitajo es solo una mínima expresión de violencia en medio de otras tantas como el secuestro o las muertes violentas. Y que constituye una pequeñísima muestra de nuestros problemas, en medio de la pobreza, la exclusión, la desigualdad, un sistema de salud inequitativo, el hambre y un largo etcétera.

Sin embargo, el hecho de que sea mínimo no implica que no merezca atención, pero sí exige mucho cuidado en la manera como se guardan las proporciones entre las faltas y los castigos. El castigo, no siempre es pedagógico, especialmente cuando es injusto a todas luces, además, en una cultura como la nuestra, donde priman la violencia y la venganza, los gobernantes están llamados a la conciliación, la responsabilidad y la verdad, por encima de cualquier otro interés, incluso el personal.

La pedagogía se ha convertido en un comodín para este político de blue jean, quien enuncia a cada oportunidad que tiene, que la educación es la clave para sacar adelante a nuestra sociedad. Sin embargo, en esta ocasión ha optado por cobrar todo el precio legal de una ofensa amparándose en el fortalecimiento de la "cultura de la legalidad", sin tener en cuenta que por encima de cualquier ley debe primar el sentido común.

No se necesita ser un matemático ni exalcalde de Medellín, para saber que el castigo por un escupitajo en un evento público no debería equivaler a 7 años de cárcel y que permitir que la legalidad y justicia colombiana lleven a cabo tal castigo, constituye un abuso del poder y de la imagen pública de este candidato, lo cual obliga a pensar: si así funciona este personaje sin un cargo de poder ¿cómo lo haría si lo tuviera?

Cada ciudadano debe ser conciente de sus acciones y responsabilidades, bien lo expresa el candidato en su cuenta oficial de Twitter. Por lo mismo, él debería ser conciente de su propia responsabilidad, teniendo en cuenta que con su "pataleta" puede llegar a borrar de la historia de esta persona siete años de vida, en los cuales con la mismísima educación, podría hacerse de este joven una persona más argumentadora y menos "escupidora".

Es una lástima que este personaje, tan amante de la pedagogía, haya desaprovechado la oportunidad de demostrar la manera de resolver un conflicto con educación, cultura y altura, en lugar de correr como un niño pequeño, a buscar la manera de perjudicar al agresor. Debe ser, que su concepto de educación, se limita a la construcción de grandes bibliotecas sin libros y enormes escuelas con computadores, pero sin una adecuada formación.

Desde mi punto de vista, Sergio Fajardo, antes que perfilarse como un político diferente, demuestra con estas acciones que dentro de él habita un político tradicional, de esos que aprovecha su posición pública para que la justicia lo beneficie. No importa si es necesario ocupar a los funcionarios públicos en asuntos personales, en un país donde la burocracia retarda todos los procesos importantes.

lunes, 8 de marzo de 2010

Diferencias necesarias

Cuando estaba en tercero de primaria un niño llamado Álvaro, metía flores a escondidas en mi lonchera, para que yo las encontrara en la hora del recreo. Como buena niña de 7 años de mi época, me avergonzaba mucho esa situación, así que le pegaba golpecitos en el hombro y le pedía que no me molestara. Pero debo reconocer que en el fondo el detalle me alegraba.

A la fecha, sigo sintiendo la misma alegría infantil al recibir flores, chocolatinas o lo que sea. Aunque debo aclarar que ya no le doy golpes a las personas que tienen la gentileza de regalármelas.

Tal vez por esa alegría es que me gusta tanto el día de la mujer. Una fecha simple que se debate entre la lucha feminista por la igualdad, el descrédito que tienen las fechas comerciales, los actos cívicos de colegio, las frases cliché estilo "los 365 días del año son día de la mujer" y las canciones empalagosas de Ricardo Arjona.

Un día que se vuelve vacío si nos resignamos a insistir en que somos iguales a los hombres cuando lo importante es que somos absolutamente diferentes y que nuestra autonomía no deriva de nuestra capacidad de parecernos a los ellos, sino de tomar las decisiones que más nos satisfagan, aunque no sea lo que el mundo contemporáneo espera de nosotras.

Da lo mismo si somos madres, amas de casa, cocineras, médicas, ingenieras, profesoras o solo experimentadoras de la vida, siempre que seamos felices. Porque lo más seguro es que seamos tan ambiciosas que terminemos tomando dos o más de esos roles y andando patas arriba, sin un minuto para respirar pero incapaces de dejar de lado alguno de ellos.

Las mujeres no somos bichos, raros para que sigamos discutiendo diariamente sobre qué papel debemos jugar en el mundo cuando ya tenemos un papel que con esfuerzo hemos construido por siglos, en una sociedad en el que cada vez tenemos más espacios tomados por nosotras mismas y en el que nuestras humillaciones cada vez están menos dadas por nuestra sumisión y más por nuestras malas o ignorantes decisiones.

Las adolescentes de hoy en día en occidente no se casan o tienen hijos porque las obligan, sino porque su falta de perspectivas les impiden elegir otra cosa. Así las cosas, no necesitamos pelear más que contra nosotras mismas, para ganarnos los lugares que queremos, contra nuestra pereza e incluso con esa excesiva vanidad que le impide a muchas mujeres ser inteligentes, porque piensan que pueden obtener lo que quieren solo con ser bonitas.

Por tales razones, pienso que como personas el esfuerzo que nos debe comprometer, es el mismo que a cualquier ser humano: el de ser mejor por uno mismo y por quienes nos rodean. Y como mujeres, elegir de forma autónoma el papel que queremos desempeñar, sin permitir que el mundo nos venda una idea de lo que debemos ser, entendiendo que lo que nos separa de los hombres, son diferencias necesarias.

Por eso, me relajo y disfruto. Que me den flores, chocolatinas, libros, besos, abrazos y es más, hasta frases clichesudas recibo para que vean la buena voluntad que le tengo a este día que no me recuerda nada, ni me pone a reflexionar más de lo que reflexiono todos los días, pero que me hace sentir feliz como una niña de 7 años a quien le ponen flores en la lonchera.