miércoles, 19 de marzo de 2014

Qué bueno que soy fea

Hoy llamó un cliente por teléfono. Uno de esos hombres confiados que se mueven por el mundo como si fuera un territorio que les pertenece. Me habló, me hizo un chiste y un par de horas después se apareció por la oficina. “Vos sos la vocecita sexy que contesta el teléfono” sentenció con suficiencia mientras desparramaba su mirada por mi cuerpo con la certeza del que no tiene que pedir permiso para nada. Más tarde, vinieron a decirme que el tipo era dueño de varias empresas, que tenía mucha plata, que estaba recién divorciado y que había preguntado por mí. ¿Estás soltera? Me preguntaron. Si vos, siendo extranjera, estás sola, es porque querés. Aprovechá.

Me hirvió la sangre, no puedo mentir. El ser extranjera me puso en una posición en la que no había estado jamás en mi vida: me convirtió en trofeo. Pensé en todas las mujeres perfectas que andan por el mundo siendo tratadas como trofeos, como cosas que se pueden comprar. ¿Se darán cuenta de que las están tratando así? Qué bueno que soy fea. Pensé. Qué bueno que después de 27 años de habitar este planeta, sea esta la primera vez que me siento tratada como un objeto.

Qué bueno que a los 15 años me dijeron que era una mujer incompleta porque tenía el pecho plano. Qué bueno que una tía sentenciara que tenía la tragedia de no haber desarrollado cintura. Qué bueno que anularon mis esperanzas de tener el cuerpo perfecto porque me liberaron de miles de preciosas horas encerrada en el gimnasio y me regalaron la dicha de hacer deporte sólo por diversión. Qué bueno que hace tiempo dejé de hacer dieta. Qué bueno que me puedo sentir hermosa cuando voy en bici y el viento me despeina el pelo, sólo porque sé que voy feliz.

Qué bueno que nunca aprendí a maquillarme y que ese compañero de la universidad me dijo que me vestía como una tonta. Qué bueno que destruyeron mis ilusiones de estar a la moda, de ser elegante, chic. Qué bueno que me liberaron de la responsabilidad de vestirme bien. Qué bueno que me puedo poner cualquier cosa que me parezca bonita, aunque no combine, aunque no me luzca. Qué bueno que me puedo sentir hermosa cuando sonrío con mi boca sin pintar y cuando me siento en un parque a tejer con mis manos sin manicura.

Qué bueno que nunca logré mantenerme peinada. Qué bueno que me liberaron de varias horas semanales conectada a la plancha y al secador. Qué bueno que puedo sentirme hermosa con mis raíces sin retocar, con mi melena sin alisar. Qué bueno que no tengo la obligación de pasar una hora diaria frente al espejo y puedo divertirme como una niña jugando a ser mayor cada vez que decido arreglarme un poco más para ir a una fiesta.

Qué bueno que el chico que me gustaba me dijo que me reía como una cacatúa, que me faltaba delicadeza, que parecía un machito. Qué bueno porque me liberó de la obligación de sentarme bien, de no ensuciarme, de conservar la compostura. Qué bueno que me puedo sentir hermosa cuando juego, cuando la lluvia me encrespa el pelo, cuando me tiro de cabeza al río y cuando me río a los gritos porque no puedo evitar que la risa se me derrame como un vendaval.

Qué bueno que no soy de las mujeres que atraen todas las miradas. Qué bueno que me siento en el legítimo derecho de escoger al tipo que me guste y sacarlo a bailar. Qué bueno que soy capaz de invitar a un hombre a salir. Qué bueno que sé dar el primer beso. Qué bueno que no tengo que esperar que me vengan a buscar, que me elijan. Qué bueno que puedo elegir. Qué bueno que no tengo miedo de meter la pata.

Qué bueno que todas esas personas me lastimaron y me hicieron resignar la posibilidad de ser una mujer perfecta. Qué bueno que me ahorraron 27 años de experiencias humillantes como la de hoy. Qué bueno que cada hombre que ha estado a mi lado se ha permitido hacerme reír sin temor de decir un chiste malo, bailar conmigo aunque baile mal, conversar por horas de tonterías y respetar mis silencios sin incomodidad.   Qué bueno que me han dejado enamorarme de sus propias imperfecciones, de sus torpezas, de sus cicatrices con la misma equidad que ellos se enamoran de las mías. Qué bueno que no soy de aquellas mujeres que representan “una renta en perfumes y bolsos”, qué bueno que no me derriten con una frase fácil, una esquela perfumada y un carro último modelo. Qué bueno que me quitaron la esperanza de ser rescatada, porque ya no necesito que nadie me rescate.

Qué bueno que no tengo que esforzarme por ser especial, por romper un molde. Qué maravilloso haber fallado desde el principio en el importante ejercicio social de ser quien tenía que ser. Qué bueno que todas esas personas pasaron por mi vida para recordármelo y qué bueno que no se quedaron.