sábado, 1 de diciembre de 2007

De igual a igual

Hace poco, escuché a la coordinadora de la política pública de mujer y géneros de Bogotá, Martha Buriticá, hablando acerca de la violencia familiar y social en contra de la mujer. Ella comentaba que los hombres de la ciudad debían aprender a no atentar de ninguna forma contra las mujeres, en la casa o en la calle.

Hasta ahí todo va muy bien, lo grave fue que posteriormente afirmó que debía empezar a fomentarse hacia las mujeres un respeto “como el que se le tiene a cualquier niño o a cualquier bebé”, palabras textuales. Me pregunto entonces, si el deseo de las feministas es que se nos vea como seres indefensos, tal como los infantes.

Personalmente, pienso que la violencia, física o verbal, no se justifica bajo ninguna circunstancia, menos aún si se trata de una persona que esté en desventaja, llámese bebé, niño, hombre o mujer (les aseguro que hay mujeres muy aventajadas físicamente sobre algunos hombres). Y me parece que si alguien merece respeto, no es por su género o edad, sino por su calidad de ser humano.

Por eso estoy en desacuerdo con movimientos como este, que tienen el loable propósito de fomentar el respeto por las mujeres, pero que al poner de manifiesto esa necesidad de respeto, nos ponen ante la sociedad como seres débiles incapaces de ganarnos nuestro propio lugar y hacernos merecedoras, por nosotras mismas de respeto, y que no necesitamos de vallas, campañas y publicidades que todo el mundo respeta, pero pocos apropian.

Mi pregunta es: si la propia familia de un joven lo educó para que fuera machista, desconsiderado y violento, ¿podrá una campaña publicitaria permitirle recapacitar sobre sus actos y cambiar? En cambio, si decimos que la mujer es como un niño o un bebé, recalcamos la debilidad y poco hablamos de las fortalezas que nos hacen merecedoras de respeto: de igual a igual.