martes, 11 de noviembre de 2008

¿Qué vamos a hacer por Medellín?



Esta mañana encontré en Facebook este video, muy conmovedor por cierto, sobre Medellín. No puedo negar que se me movió por dentro alguna fibra y pensé en lo linda que es esta ciudad, pero lo que me quedó retumbando en la cabeza fue ese "depende también de tí".

Sin embargo, con dolor leí más adelante en los comentarios del video cosas como "Medellín es la mejor ciudad del mundo" o "ahora que estoy lejos valoro más a mi ciudad" etc. Me parece maravilloso el amor que la gente le tiene a esta ciudad, pero a la vez me parece un amor cosmético, ficticio y superficial. Un amor que a todos les alcanza para decir que la ciudad tiene esto, aquello, lo otro y lo de más allá, pero un amor inconciente de los problemas e impávido ante la realidad.

Los medellinenses viven orgullosos de su ciudad, desde siempre y eso está muy bien. Pero el amor no se puede limitar al orgullo. También necesitamos un sentido crítico que nos permita ver más allá de la cosmética de la ciudad y pensar en los verdaderos problemas, esos que están ante nuestros ojos y que descaradamente ignoramos.

Hace unas semanas conocí a un niño que vende CDs en la calle. Me reservo el nombre por respeto a él, pero además porque el nombre del niño no cambia nada en una ciudad en donde hay tantos con una historia como la de él, desafortunadamente. Este personaje de 10 años fue expulsado de la escuela porque un día la profesora lo empujó y él la gritó.

Lo grave del asunto es que además él era golpeado por su mamá, su papá y su padrastro ¿cómo más iba a reaccionar que con un grito? No justifico al niño, pero pienso que cuando rompemos la cadena de odio de nuestra ciudad, tal vez ayudamos a alguien. Ustedes creen que esta maestra, este papá y mamá ¿aman a Medellín?

Sin embargo, estas cosas no son noticias en Medellín. Ya pasamos impávidos y sin sorprendernos ante tantos problemas que se han convertido en paisajes para nuestros ojos, pero ignoramos que con buenas acciones podemos evitar por ejemplo, que un niño de 10 años sea expulsado de la escuela y lanzado a las calles a trabajar y a aprender cosas de la vida que no tendría por qué saber.

Pero no, estamos dedicados a lanzar nuestro orgullo al aire ¿y ese es nuestro amor? una suerte de amor ciego y egoísta que lleva a esta ciudad hacia la miseria y la violencia pero que no importa mientras no se note y podamos seguir diciendo: ¡qué viva Medellín! no importa cómo ¡pero qué viva!

PD: Soy conciente de que este post será repudiado por muchos que "aman su ciudad". Sólo espero que les quede alguito a esos que como a mí les quedó sonando el "depende también de tí".

lunes, 10 de noviembre de 2008

Amo tanto este país, que a veces lo odio...

Caminar por el centro de Medellín suele ser una experiencia siempre llamativa, a veces dulce a veces perturbadora. Hay días en los que admiro lo pintoresco de las personas que recorren las calles y la lucha diaria de los rebuscadores. Pero hoy mis ojos tenían una actitud un poco menos positiva. O más bien, muy negativa.

Detrás del Hotel Nutibara, ubicado en un lugar peligroso pero histórico ví la figura más deprimente que haya podido ver en la vida: un niño de unos 10 años, aparentemente suspendido en una edad inferior a causa del consumo de alucinógenos, con sus pequeños huesos marcados y sus ojos prácticamente apagados. Increíblemente caminaba.

En el resto de mi recorrido mis ojos siguieron advirtiendo a cada esquina realidades similares, las siempre reflexionadas por toda la gente, las que son objeto de todos los debates y de las conversaciones de los pasajeros que observan aterrados desde los buses: las mujeres habitantes de la calle embarazadas, los sacoleros, los niños que a sus 10 años tienen más mundo que yo en toda mi vida, las niñas de 11 y 12 años en embarazo, los niños hambrientos, vendedores de dulces y huérfanos de padres y de ilusiones. Un ejército de seres humanos sin futuro con el único afán de sobrevivir al día de hoy y sin la seguridad de que habrá uno mañana.

Un montón de gente que no sale en los indicadores, un montón de gente que la Alcaldía no muestra, que la radio no presenta, que los periódicos no imprimen en sus rotativas. Un mundo sin rostro y también sin esperanzas. La pregunta obligada a las también obligadas reflexiones siempre es la misma ¿y qué rayos puede hacer uno? y mi respuesta siempre es: muchas cosas.

Pero habitamos un país inerte, conchudo y acomodado en la pobreza, un país mediocre que aguanta hambre y pobreza pero se dice el más feliz del mundo ¡oh descaro! Un país que espera silencioso y oscuro a que el gobernante de turno les salve la vida aunque sepan con plena certeza que nunca nadie lo va a hacer.

Un país y una ciudad acomodados en los brazos de la burocracia, de un gobierno que se preocupa más por revisar que el logo de la alcaldía luzca del tamaño adecuado en los boletines aunque ello retrase la comida para los niños, un gobierno que combate la guerra con guerra mientras la gente muere a la entrada de los hospitales y los sueños de los niños mueren a la salida del colegio.

Un país y una ciudad en la que el gobierno sabe que la ciudadanía no hará nada y la ciudadanía sabe que el gobierno seguirá igual. Como me dijo alguien hace poco acerca de una campaña de la Alcaldía de Medellín: "aquí no entra la violencia"... porque ya estaba adentro y nos está violando...