jueves, 31 de mayo de 2007

Apasionamientos...

Cuando tenía 10 años, una compañera me preguntó si yo era conservadora o liberal. La verdad es que en ese momento de mi vida la pregunta me cogió fuera de base. Primero, porque yo no era, ni lo uno ni lo otro; pero más aún porque no sabía con claridad qué era cada una de esas cosas.

Ese día cuando llegué a mi casa, le pregunté a mi mamá si nuestra familia era conservadora o liberal, y ella me dijo que no éramos ninguna de las dos cosas, lo que me confundió más: ¿No teníamos que pertenecer a uno de los dos bandos? Entonces, como nadie me supo explicar, cogí mi libro de ciencias sociales de quinto grado, porque recordé que en él había visto alguna vez algo relacionado con el Frente Nacional y allí leí los principios del conservatismo en contraste con los del liberalismo y traté de descubrir a qué bando pertenecía.

Sin embargo, no encontré forma de adaptarme a ninguno de ellos, porque había en ambos cosas que me agradaban y cosas que me desagradaban profundamente. Entonces, con cierta desazón, entendí por qué mi madre decía que no pertenecíamos a ningún partido. Esta desazón, se debía al hecho de pensar, que por no tomar partido, sencillamente no me importaba el destino de mi país, y la verdad es que con tan sólo 10 años ya me importaba, y mucho.

Desde entonces, ha pasado una década y como los años no pasan en vano, he podido comprender muchas cosas, entre ellas que aunque en ese momento era una niña, fuí lo suficientemente inteligente para comprender que no se requiere ser apasionado para tomar posición frente a la realidad de su país, y que por el contrario, esto a veces, la mayoría de las veces, es un error.

Me pude dar cuenta de que esas personas que tomaron partido hace décadas, las mismas que salieron a la calle vestidas de un color que reflejaba ideales que muchos no comprendían o desconocían totalmente, sólo sirvieron para generar violencia, para generar muerte, como han generado muchas ideologías a lo largo de los tiempos.

Entonces, dirán ustedes ¿las ideologías generan muerte? Y digo yo: pues no, los apasionamientos generan muerte. El no entender que no hay ideologías completas y que por el contrario entre ellas se complementan, genera muerte; el no entender que como humanos todos tenemos errores y por ende ningún dirigente tiene la razón complete, genera muerte, y olvidar que el valor de la democracia radica en la validez de diversos puntos de vista, eso también genera muerte.

Pero ¿a qué vienen todas estas reflexiones en la actualidad? preguntará el lector. Y yo le respondo: a que los colombianos conocemos nuestra historia, pero igual, parecemos condenados a repetirla.

Cientos de personas en Colombia se están apasionando, y ya no hablamos de partidos. Ahora es más simple o se está con Uribe o se está contra él. Y la historia se repite tal cual: unos apoyan a Uribe "no importa si su gobierno es o no paraco" dicen unos; otros, apoyan gobiernos como el de Chávez "qué importa si es un payaso". Miles de personas salen a paro, cientos de ellas sin saber por qué, pero eso sí: todos opinan, todos tienen algo que decir, aunque no sepan de qué estan hablando, tal como los campesinos de hace años que se hicieron matar por ideales que desconocían.

Los uribistas atienden las intervenciones de su Señor Presidente y les parecen perfectas , admiran su "mano dura" aunque sea grosería y se vanaglorian de logros que no comprenden y de verdades dichas para que suenen de la mejor manera. A su vez, los antiuribistas apagan el televisor cuando habla el presidente, y ni siquiera se toman la molestia de averiguar en qué se equivocó. Aplauden lo que dijo Petro porque lo dijo Petro y lo que hizo Chávez porque lo hizo Chávez.

Y lo más grave de todo, es que ignoran el valor de la oposición, que no se ocupan de entender lo que dijo el otro para poder criticarlo, sencillamente alegan y opinan. Se les olvidó que si existen partidos políticos con ideologías distintas, es para que todos los ciudadanos tengan espacio para dar a conocer sus posiciones y que estas alimenten al gobierno, no para que se maten entre unos y otros (suspiro de decepción).

Queridos compatriotas: muy bien me parece que queramos opinar, que queramos tomar posición: eso es sano. Pero qué bueno sería que antes de hacerlo leyéramos un poquito y supiéramos bien de qué estamos hablando. Los invito a que tomemos la posición de un niño de 10 años, que no sabe y reconoce que no sabe.Tratemos de aprender de verdad, de la lectura concienzuda, de la observación analítica y sobre todo DE LA ESCUCHA.

Y por sobre todo, recordemos que no es necesario que nos apasionemos y nos hagamos matar para que realmente estemos haciendo país.

Laura CC Salcedo

31 de mayo de 2007, primera entrada de la vida...

Son las 8:47 de la noche y comienzo a escribir la primera entrada de mi blog, sin saber por dónde empezar...

Una vez asistí a un conversatorio sobre blogs, presidido por Víctor Solano, una persona que en mi opinión sí sabe para qué sirve este medio, lo aprovecha y le da la verdadera utilidad que debería tener. La verdad, ese día me entusiasmé...

Cuando llegué a mi casa, me senté en el computador y entré de una vez a Blogger, pero al cargar la primera página en la que decía "nombre del blog" me bloqueé. ¿Cómo se les ocurre preguntar de primeras por el nombre del blog? ¿Cómo se les ocurre asestar semejante golpe a la persona primípara que llega por primera vez a montar su rinconcito en el ciberespacio? ¿No existe algún tipo de asesoría para bautizar a un blog?

El asunto quedó ahí. Me bloqueé, me achicopalé y entonces pensé que si no sabía cómo se llamaría mi blog, entonces debía ser que no tenía mucho qué contarle al mundo... entonces como quien dice... deje así.

Sin embargo, ese pensamiento no se apartó de mi mente y hoy en medio de una discusión de política, en una época que en mi país, Colombia, hay muchas discusiones de política todos los días, pensé que sería muy bueno que una vez en la vida alguien escuchara mi posición sin tener que preparar inmediatamente la contrapartida, sino que mejor leyera, digiriera y después, si quería, me mentara la madre. Ese es el punto número 1 y el más urgente.

Pero hay más puntos. El segundo, y no por ello menos importante, es que siempre he pensado que lo que le da validez a un gobierno, una ideología un movimiento o cualquier acción humana, es la opinión pública, y que por medio de ésta se pueden mover grandes cosas, y por lo visto yo no movía nada, porque no hacía que mi opinión fuera pública. Entonces, dar a conocer mi opinión, punto número 2.

Y otra razón, tener una razón para escribir. A veces hace falta tener un motivo para escribir lo que uno piensa, lo que se le ocurre, lo que se le viene a la cabeza y de hoy en adelante tengo esa razón, al fin y al cabo, estudié comunicación social - PERIODISMO y mi creatividad literaria se estaba limitando a escribir objetivos, justificaciones y estrategias. Punto número tres.

Bueno, son tres puntos, no muchos, pero suficientes para emprender esta tarea... pero aún falta una explicación.

¿Por qué quiero que nadie sepa que tengo blog? sencillo, porque no a todo el mundo le interesa lo que uno dice, aunque lo diga en voz alta, entonces me prometo a mí misma no hacer bulla con esto, así consigo que cada persona que entre a mi rinconcito, lo haga porque se me ocurra que le puede interesar, no porque yo haga escándalo para que todo el mundo lo conozca...

Entonces, bienvenidos al blog más discreto de la historia y gracias a las dos o tres personas que lleguen hasta el final de este escrito y se animen a leer los demás.

Laura CC Salcedo

miércoles, 30 de mayo de 2007

El sueño de la bolsa vacía

Faltaban poco más de 10 minutos para las ocho de la mañana cuando el bus se detuvo en una calle cualquiera de la ciudad de Medellín. Él se subió dando un brinco por encima de la registradora y mientras que con una mano repartía de a tres por pasajero, las granolas que llevaba en una bolsa negra de plástico, con la otra ayudaba a su endeble figurita de unos ocho años a mantener el equilibrio en el vehículo en movimiento.

Antes de llegar al final del bus, ya se le había acabado la mercancía, pero mecánicamente hizo el recorrido hasta la última silla, mientras empezaba a recitar el discurso de cada pequeño recorrido: "somos un grupo de jóvenes que a diario...". Mientras hablaba, miraba hacia el suelo, nunca a la cara de su público, que en muchos casos también evitaba mirarlo a los ojos. Yo en cambio, no podía evitar centrar mi atención en él cuando caminaba con paso lento hacia la parte delantera del bus, mientras movía su bolsa de arriba a abajo inflándola como si fuese una bomba, abrigando quizás el fugaz sueño de haberlo vendido todo.

Ese bus como todos los de su género, andaba imponente y orondo pero al mismo tiempo con torpeza, por las calles de una ciudad que suele autodenominarse la tacita de plata. Pasaba por frente de sus universidades que presumen de ser las mejores del país, por frente de las vallas que anuncian el buen uso de los dineros municipales, por frente de todos los íconos que representan "el mejor vividero del mundo", mientras en el interior de él varias decenas de pasajeros éramos testigos de una escena muy común.

Al llegar junto al conductor, recostó su cuerpo moreno en la registradora y terminó de promocionar su producto: "a doscientos pesos la unidad y para mayor economía las tres en quinientos" de la forma más mecánica posible mientras sus ojitos oscuros se concentraban en el juguete momentáneo en que se había convertido su instrumento de trabajo ante la ilusión de haber completado la labor.

Finalmente rehizo su camino hacia la parte trasera del bus, recogiendo pasajero por pasajero las granolas inicialmente repartidas o las monedas proporcionadas por aquellas personas de buen corazón que "quisieron y le pudieron colaborar", agradeció al conductor y se bajó en la Alpujarra.

Su bolsa ya no estaba vacía.

Para una inclusión desde la cultura

Hace no mucho tiempo me encontré en un bus de transporte urbano a tres personajes que, además de darme una triste sorpresa, me dejaron pensando el resto de la noche. Las tres eran mujeres, más bien niñas. La primera de ellas no pasaba de los trece años, era de baja estatura y su cuerpo ni siquiera había terminado de formarse. Sin embargo, hablaba de una forma que denotaba muchos años más por el tono de voz, pero sobre todo por lo vivido.

Las otras dos, de quizás 16 ó 17 años, se turnaban el cuidado de un niño de brazos mientras iban hablando, en un tono de voz bastante alto, de sus problemas con sus respectivos compañeros sentimentales. Ellas hablaban de golpes, gritos e incluso amenazas de muerte de parte de sus propias parejas, mientras de tanto en tanto yo intercambiaba miradas de asombro con una niña de colegio que estaba sentada cerca de mí.

Consternada, bajé del bus tratando de recordar lo que yo hacía a mis 17 años de edad, y a mi mente vinieron los momentos de mis primeros semestres en la universidad, en donde compartía con otras mujeres de esa edad y un poco mayores, algunas que incluso ya eran madres, pero ninguna en una situación tan penosa como la de ellas tres.

Y llegué a una conclusión. El rumbo de la vida de cada una de nosotras, no depende de nada más que nuestros respectivos objetivos vitales, y el planteamiento de éstos depende directamente de nuestra cultura, de la educación que recibimos y muchísimo más de las oportunidades con las que contamos.

Es triste saber que en Medellín más allá de los programas de inclusión para las mujeres, hay serios problemas de pobreza y de analfabetismo y que aún más allá, dentro de muchas comunidades se sigue promoviendo de generación en generación, la idea de que las mujeres sólo pueden ser útiles a la sociedad como procreadoras y tutoras de sus hijos, aunque eso en muchas ocasiones signifique someterse al maltrato, la pobreza y la marginación.

Que sea el día en que conmemoramos la declaración de los derechos de la mujer, la perfecta oportunidad para recordar que somos diferentes a los hombres, y eso es algo que nos hace maravillosas. Que no tenemos por qué poseer las mismas habilidades, ni ser como ellos para merecer nuestro puesto en la sociedad, que la igualdad de condiciones no significa igualdad de roles, pero sí significa igualdad de oportunidades para crecer y ser como queramos ser, eso sí, en la mejor de las condiciones ya sea madres, maestras, políticas, abogadas, comunicadoras, médicas, ingenieras, zapateras o bomberas.

Eso implica que nuestra sociedad vaya entendiendo que todos los roles son honrosos, siempre y cuando se asuman con amor, honradez y responsabilidad, que no es menos la ama de casa que la profesional, siempre que ambas sean felices y que ante todo lo sean por vocación, no por obligación.

No nos equivoquemos, no pensemos que con un lenguaje incluyente abrimos puertas para las mujeres que no han tenido oportunidades; no pensemos que con cambiarle el nombre a las cosas, ni con crear más curules para nosotras, obligamos a las niñas más marginadas a querer sobresalir. El de Medellín es un problema cultural y lo que necesitamos es llegar a todas las personas, hombres y mujeres con mayores ejemplos de vida y de éxito, para que se den cuenta de que se requieren esfuerzos para llegar lejos, pero vale la pena.

Todos los seres humanos merecemos igualdad de oportunidades, sin marginación ni exclusión de ningún tipo, pero estamos cayendo en un error si empezamos por poner de manifiesto las diferencias como motivos de exclusión. A mí nunca me dijeron que yo era inferior por ser mujer, o que iba a tener que luchar más que mis hermanos y primos para alcanzar las mismas oportunidades, y de hecho nunca fue así por una sencilla razón: nunca tuve en cuenta la diferencia y me esforcé, como lo haría cualquier persona, por obtener los pocos o muchos logros que he alcanzado.

Tenemos que dejar de ver mal la diferencia, para que muchas mujeres como las compañeras con las que estudié, como mis profesoras, como mi madre, como la abuela que cuidaba vacas o la que cuidaba a sus hijos, e incluso como yo misma, vayan en aumento y cada vez más mujeres quieran ser sobresalientes y exitosas en lo que hacen, sea lo que sea, pero no para "demostrar que como mujeres podemos ser buenas en lo nuestro", sino para que podamos llegar a triunfar y ante todo, ser respetadas y felices.

Bienaventurados los limpios de corazón

Ella atravesó la puerta que dividía el atrio del interior de la iglesia a la vez que los feligreses se ponían en pie para dar inicio a la ceremonia. Llegó en el momento preciso, ni un minuto antes ni un minuto después de las cinco y media de la tarde, que era la hora convenida. Sus mejillas resplandecían tal vez gracias al maquillaje y en su delgado cuello y suaves orejas, brillaban las que aparentaban ser unas costosas perlas.

Traía un silencioso gesto de solemnidad, como el que adoptaba su rostro todos los domingos cuando entraba a la casa del señor y unos pasos atrás muy cerca de ella, venía su mejor amigo, escoltándola con una mirada casi tan dulce como la suya.

Después de dibujar con su mano derecha el signo de la cruz en su frente hombros y pecho, se dirigió a su lugar y como siempre se sentó en el piso, seguida unos segundos después por ese compañero fiel, quien tras una seña y una suave palmada en el lomo se echó en la fría baldosa cerca de ella.

Sus ojos se perdieron en algún vitral de la pequeña parroquia de San Vicente mientras que el celebrante con voz empalagosa repetía al unísono con todos los asistentes: "por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa", mientras el perro dorado yacía con los ojos cerrados y la cabeza recostada en el suelo.

Sus ojos parecían atender a un punto en otro mundo por la meditación tan profunda que revelaba su rostro lacerado por las arrugas; y su impecable maquillaje, desde el rubor de las mejillas, hasta el rojo de los labios, recordaba la vanidad de la juventud a pesar de la edad y las vicisitudes de la vida.

Su silencio sólo fue interrumpido por un niño de unos cuatro años quien se acercó corriendo a ver el perro. "¿Cómo se llama?" le preguntó. Con una pequeña sonrisa y un brillo en sus ojos, entabló una corta conversación con el pequeño, quien no parecía notar el furioso gesto de su madre quien lo observaba desde una de las sillas de madera.

Fue en el momento del Evangelio cuando todos parecían atender la palabra de Dios, cuando el niño quien acurrucado en el piso acariciaba el lomo del canino, formuló la pregunta: "¿y ustedes en dónde viven?" a lo que ella contestó "en la calle", con tal naturalidad, que al él no le sorprendió.

Sin embargo, en ese momento, una mujer de cabello rubio teñido agarró con fuerza la mano del niño y lo llevó dando tumbos hacia la silla en el momento en que el celebrante recordaba las bienaventuranzas: "bienaventurados los limpios de corazón, porque de ellos será el reino de los cielos".

Cuando se elevaron las peticiones, algunas miradas se dirigieron hacia ella tal vez queriendo saber qué le pediría a Dios ella que andaba con todo cuando le pertenecía y parecía más tranquila que cualquiera de los presentes.

Finalmente, llegó el momento de desear la paz al prójimo, hubo sonrisas, guiños, apretones de mano, abrazos y besos y ella, sólo recibió un gesto casual de parte de un seminarista que pasaba hacia la casa cural.

No comulgó, sólo recibió la bendición, levantó del piso la maleta en la que llevaba todo lo que la acompaña en este mundo, acarició a su amigo, se puso de pie y se confundió entre la gente.

martes, 29 de mayo de 2007

Un lento adiós

Una Manifestación Cualquiera

Yo llevaba en mi carpeta gris unas fotos del barrio Santo Domingo Savio, pegadas con mucho esmero en pedazos simétricos de cartulina negra y me disponía a pegarlas en una pared mientras hablaba de trivialidades con Ángela*. En ese momento un profesor se acercó y nos pidió que no pegáramos nada más en la pared y que nos fuéramos por que había una manifestación y estaban empezando a evacuar la universidad.

Se escuchaban gritos que provenían de lejos, más exactamente de la plazoleta Barrientos en donde varias decenas de estudiantes se manifestaban contra el TLC, algo tan corriente para nosotros, que nos negábamos a retirarnos hacia nuestras casas, por lo que nos dirigimos al Parque de los Deseos desde donde vimos como paulatinamente las cosas se complicaban.

En medio de la confusión alguien anunció que había alrededor de 14 heridos y posiblemente hasta muertos, noticia que no comprendí, puesto que ni siquiera había escuchado la explosión tan fuerte que había conmovido a toda la universidad.

Miré a mis compañeros y con un arranque del amarillismo, les pregunté si habían escuchado lo de los heridos. Todos asintieron con la cabeza e inmediatamente después dirigieron su mirada hacia el interior de la universidad en donde un grupo de estudiantes corría hacia la salida de Ferrocarril con una camilla en donde llevaban a una persona cubierta por una sábana blanca de pies a cabeza, como se llevan a los muertos.

El amarillismo, que pareció convertirse en un mal altamente contagioso invadió a cuatro de mis compañeros, incluida Ángela, quienes al ver el rumbo de la camilla corrieron directamente hacia allá, mientras la persona que decidió permanecer conmigo me hablaba del horror que sentía mientras veíamos como pasaban más heridos en camillas o sencillamente corriendo por sus propios medios.

Unos minutos después regresaron los cuatro amarillistas dando el parte de la situación. –¡Esos muchachos están en carne viva!- decía uno, - no quedó nada de ellos – continuaba otro – cómo se tiran la vida de esta manera?- agregaba otro y finalmente María Cecilia, la mayor, la más experimentada y la más amarillista de todos: -¡Dios! Qué clase de periodista soy, ¡cómo me sorprende un acontecimiento de estos sin una cámara! - A lo que todos nos miramos sin pronunciar siquiera una palabra, pero entendiendo todos el mensaje.

La historia, ya la han contado los medios, los heridos fueron alrededor de catorce, sin contar los que lograron huir tratando de esconder sus heridas para evitar problemas legales. Sin embargo, entre ellos, había dos jovencitas en estado de mayor gravedad, cuyos nombres hasta ese momento no eran de conocimiento público, ya que el estado en el que se encontraban, con quemaduras de tercer grado en un 80% de su cuerpo, hacía difícil siquiera la labor de reconocerlas.

Unos minutos después, cuando pareció haberse detenido un poco el exagerado ritmo de los acontecimientos y haber quedado un poco de tiempo para analizar el asunto, Ángela exclamó lo que pareció un pensamiento en voz alta: "Dios, tengo que decirle a Paula que se salga de esto". Sin embargo, aunque pareciera una reflexión salida de lo más íntimo de su corazón, todos pudimos comprender que se refería a su prima, estudiante de la Universidad Nacional y militante de los movimientos estudiantiles y por eso compartimos su afán.


La mala noticia

Al día siguiente la universidad permaneció cerrada para facilitar las labores de investigación de las autoridades dentro del claustro. Nosotros, teníamos una cita a las siete de la mañana para organizar un pregrabado para un canal local, por eso nos encontramos en otro lugar, sin embargo, al pasar por la universidad no pude evitar la sensación de estar pasando por el frente de un campo santo.

Ángela, quien normalmente era la primera en llegar y la más puntual, se demoró más de la cuenta ese día. Llegó con un gesto de profundo abatimiento y después de que llevábamos un rato conversando acerca de cualquier cosa, intervino. "Tengo mucha vergüenza con ustedes por haberme demorado tanto, pero es que anoche, no pude dormir ni un minuto".

Escuchamos su explicación, incluso pensando que había pasado la noche entera de fiesta. "Lo que pasa es que Paula está en coma" fue la primera noticia, y al ver en nuestros rostros la interrogante, continuó: "tiene el 80% del cuerpo quemado, porque ayer estaba en la manifestación".

El único gesto que lográbamos encontrar en ella, era el de una total indiferencia por lo ocurrido, pareciera y ella misma nos lo dijo después, que no creyera que la protagonista de esa tragedia fuera precisamente su primita del alma. Tanto así, que primero empezamos a llorar nosotros mientras ella nos enumeraba las partes del cuerpo que con el accidente habían quedado prácticamente destruidas.

Durante la preparación del pregrabado, nadie se atrevió a articular palabra alguna, sólo trabajábamos acomodando las cosas que iban haciendo falta, mientras que de tanto en tanto, alguien dirigía su mirada a la silenciosa Ángela, quien parecía ese día, habitar otro mundo muy lejano de este.


Las ganas de vivir

Todos los días, ella llegaba con una noticia más triste. Un día nos contaba que Paula había perdido el tacto, al siguiente, la vista, al siguiente, el hígado. Pero a la vez que nos contaba su tragedia, nos contaba los milagros que hacían esas ganas de vivir. Que a pesar de tener los ojos quemados, veía; que a pesar de tener la tráquea quemada, bebía; que a pesar de parecer carecer de garganta, hablaba. Con dificultad obviamente, pero parecía insistir en seguir viviendo.

Además, Paula siempre quiso tener un hermanito, pero sus padres se habían separado desde que ella era muy pequeña. Sin embargo, en medio de su agonía, se enteró de que la nueva esposa de su padre, esperaba un bebé y sin saber siquiera si era hombre o mujer y sin que nadie se lo pidiera, lo bautizó con el nombre de Miguel Ángel.

Sin embargo, a pesar de esos milagros y de sus inmensas ganas de vivir, el viernes 18 de febrero, recibí la llamada de Ángela a las siete de la mañana: "Por favor, avísale a todos los muchachos que hoy no puedo ir a trabajar, porque Paula se murió hoy a las 2 de la mañana". Hasta ahí llegaron nuestras esperanzas y las de toda su familia, pero ella misma cerró la frase con una verdad que todos conocíamos: "niña, qué pesar, pero todos sabíamos que no se podía hacer nada".


La visita

Ninguno de sus amigos pudo ir a la misa de Paula, todos estábamos trabajando a esa misma hora en la que era nuestra ocupación en aquella época, la fotografía. Sin embargo, el compromiso era visitarla en su casa al día siguiente para acompañarla en su dolor.

Fuimos seis personas vestidas de gris y de negro las que nos bajamos del bus anaranjado de Bello, dos cuadras antes de la casa de Ángela, rápidamente firmamos una tarjeta elaborada en papel morado y nos dirigimos hacia el lugar en donde nos esperaban ella y su mamá.

Nos esperaba en la puerta, vestía una blusa roja y escotada, porque según ella, el luto debe ir por dentro y nada se logra con vestirse de negro. Su gesto al vernos, era sinceramente alegre y agradecido "yo sabía que los que iban a venir eran ustedes, ni uno más ni uno menos" eso debido a que éramos precisamente sus mejores amigos, los de siempre. Lo que nos parecía mentira, era el motivo que nos reunía nuevamente en aquella casa que había sido testigo de momentos tan bonitos.

María Cecilia, la única que no conoció a Paula, propuso que sacáramos fotos de ella para que la pudiera ver. A raíz de eso empezamos a recordar. "¡Juemadre! Exclamó la negra, nunca le pudimos presentar a mi hermano, seguro que hubieran hecho buena pareja" a la respuesta de todos con risas, Ángela empezó a recordar momentos cómicos, como cuando Paula, quien antes de morir se había declarado decididamente atea, la había obligado a repetir misa un domingo, durante su niñez, sólo para acompañarla.

Durante esa tarde, las lágrimas que abundaron durante toda la semana en esta y todas las casas de esa familia, se cambiaron por risas y entrada la noche, esas seis personas vestidas de negro, salieron de nuevo rumbo hacia sus hogares, mientras que la señora de la casa le murmuraba a su hija: "mija, definitivamente ellos sí son sus mejores amigos".


Epílogo

En esa misma plazoleta, hoy en día un aviso recuerda con grandes letras el nombre de Paula y de Magaly, la otra joven que murió a causa de la explosión, y añade a su memoria y a la de otros tantos estudiantes muertos en manifestaciones, la frase "asesinados por pensar". Sin embargo Ángela y toda su familia, aseguran que a Paula no la mató nadie, sino que sucumbió ante unas ideas equivocadas que le transmitieron y ella aceptó, inspirada por su innato deseo de mejorar este mundo.

*Nombre cambiado para proteger a la fuente.